Capítulo 02: Eres una niña.

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13 de noviembre del año 1694.
Suwon, Corea del Sur.

—Salió buscando a la mamá la niña esta, hasta bonitica les quedó a los condenados —La lavandera le sonrió, cargaba a la criatura en brazos mientras la madre se acomodaba la ropa para darle pecho —. ¿Cómo es que se llama?

La india soltó una risa, tomaba en brazos a su muchachita mientras se tapaba los senos desnudos con un trapo de algodón recién lavado.

Sunoo, le respondió mientras miraba a la beba agarrarle el pezón entre los labios, la otra asintió y agarró otra vez cepillo y jabón para ponerse a lavar, la señora amamantaba a la recién nacida en el patio de la casa para que llevase un poquito de sol, y mientras tanto se lanzaba sonrisas con la pequeña completamente amándola.

En el pueblo nadie negaba que la niña había salido muy parecida a la madre, poco del padre había sacado, solo su blanca piel, y eso lo decían era por todo el físico, la regordeta tenía los ojos oscuros y grandotes, con las pestañas tan largas que las niñitas envidiosas se las comparaban con los toldos de los vendedores de la plaza, y tenía manchitas en la piel como lunares, eran muy poquitos pero a simple vista era ver a la mamá siendo niña.

Si del papá no había sacado casi nada lo que si había sacado nadie más que la madre lo sabía, como mucho podía decirse que se parecía a él en que tenía los cabellos lisos y negritos, bien brillantes y sedosos como el asiático, pero era puro por atribuirle algo ya que la india tenía los cabellos idénticos. Era una preciosura, bien alimentada y rechoncha, y siempre con la cara roja de andarse sonriendo tanto.

—¿Dónde está mi beba? —Se escuchó desde el pasillo de la casona, por ahí venía el padre —. Mi consentida preciosa, mírala que bella que me la vistieron hoy. María Antonieta, ¿Por qué la tienes llevando sol?

—Porque no la quiero tan blancucha como tú, Jung-sik, deja que se me ponga morenita que se ve bella. — Burló la india, dándole a la niña en brazos para que la cargue —. Caramba, ni a mí me recibes así de cariñoso hombre.

—Deja los celos mujercita, dame a mi hija que es la que me importa.

Tres meses tenía la niña, todavía pequeñita como para balbucear tan siquiera, lo único de entretenido que hacía por ahora era chuparse el dedo y carcajear, sin embargo cualquiera se entretenía con verla acostadita en su corral mientras miraba el móvil que le hicieron con los juguetes que le compraron, amarrados a un palito con hilo de paja, porque era tan bonita que parecía que estaba sacada de un cuento de hadas, y quién sabe si alguna de las mujeres del pueblo se la ponía a ella como la princesita imaginaria del cuento que le contaba a su hija en la madrugada.

El hombre le acomodó el vestido de faralaos y la rebotó un par de veces en el aire lanzándole balbuceos pastosos para que se ría, y se metió a la casa meciéndola en los brazos para pasar un rato con ella, como hacía todas las tardes que se acostaba en el sofá y se la ponía en el pecho, para que se duerma con él y no haga más nada en toda la tarde mientras que la mujer se ocupa de coser y bordar o lo que sea que haga en el resto del día. La niña Sunoo, como le decían en la casona, sin duda era toda una belleza, dormilona y todo, pero nadie andaba por ahí sin saber de ella.

—María, toma a la niña y anda a cambiarle el pañal. —Le dijo a las cuatro de la tarde, dándole a la niña que ya lloraba. —Y me haces el favor y la lavas, le pones otra ropita y me la dejas, que me la voy a llevar para donde los Choi que me invitaron a tomar café por allá en el sembradío.

—No te la vayas a llevar toda la tarde por favor, yo en la noche voy a salir con MinAh y también me la quiero llevar. — Miró al hombre con los ojos chiquitos, medio insegura. —Y antes de que te vayas a poner histérico y vayas a preguntar, vamos a ir a la mercería que está por la plaza a comprar unas cosas para hacerle joyas a la niña.

Miss Sunoo [Sungsun]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora