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En silencio, casi absoluto en la casa del fascista, habían pasado ya 3 meses desde que Urss le había encargado a su hijo, no tenía dinero suficiente para mantener la vida que tenía, la vida que quería para sus hijos.

Estaba en la cocina de su casa, con la única luz del comedor alumbrando en ella, tenía entre sus dedos un bolígrafo, en la mesa, un cuadernillo y sobre el resto del mueble facturas. Habían lágrimas de desesperación chorreando por sus ojos, la frustración se acumulaba como lluvia en un charco.

No sabía que hacer, sabía que su padre no podría ayudarlo por que tampoco tenía mucho dinero, su tío vivía con trabajos remotos y su abuelo apenas sabía como manejar su propio dinero.

Veía a un lado todo el dinero que le quedaba para ese mes, apenas unos cuantos dolares que iba a tener que dividir con mucho cuidado entre las necesidades de sus hijos, ahora 3, por que a Rus no lo iba a dejar de lado.

Con esta necesidad a flote aprendió mucho, aprendió que la comida puede hacerse de lo que antes desechaba, que hacer pan incluso podría servir para distraer a los niños y que no era necesaria la electricidad todo el tiempo.

Aprendió como usar una estufa a gas de nuevo, recordó como aplicar las velas casi en todas partes y logró hacer algo impensable, mantener a 3 niños el solo.

Los años pasaron como las estaciones por el cambio climático, catastróficas y rápidas.

Cuando todo parecía estar bien algo tenía que pasar.

Y cuando finalmente Reich pensó superar a aquel ruso que había puesto de cabeza todo su mundo volvió. Apareció en nochebuena, había nieve y hacía frío, claro que esto no pareció afectarle al comunista, que regresó como si nada hubiera pasado.

Third se derrumbó, pero esta vez no pudo ocultarse de sus hijos, gritó y lloró sin consuelo alguno.

Y aunque muchos hubieran dejado al soviético afuera Reich lo recibió con los brazos abiertos, dejó que entrara en su casa, dejó que lo abrazara y que se quedara ahí por esa festividad.

Sus hijos lloraron a su lado, los dos más grandes lloraron mientras lo reprendían y el padre no negó nada, aceptó todo, explicó lo que había hecho, le prometió al nazi no volver a irse.

Con lágrimas en los ojos y su corazón ardiendo de rabia y brincando de felicidad a la vez aceptó su promesa. Aunque por dentro no le creyese por completo todo en él le pedía creerle al menos algo.

Cupido hates you - NazunistDonde viven las historias. Descúbrelo ahora