"58"

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Narra Fabián Hoffman

La situación iba de mal en peor, había pasado tiempo, tiempo que para mi lucía como años. Parecía que la tierra se había tragado a Albert, y junto a él, mi esposa y mi hijo.

De solo pensar que estaba embarazada hacía que me sintiera aún más culpable. No sabía cómo estaba o si estaba bien ella y el bebé. O pensar que podrías estar…

Solo esperaba que Grecia fuera fuerte, que resistiera lo posible hasta dar con ella. Era lo único que pedía.

Estaba en Vancouver, aún seguía en la casa de mis padres, mi mamá estaba algo dolida conmigo por exponer a Grecia y gracias a ello la secuestraron. Entendía su punto, Grecia era como una hija para ella, y su dolor se asimilaba al de una madre. 

Estaba en la sala con mis hermanos, cuñada y Amelia, quien tenía a su hija en brazos. Amelia y Esteban estaban extraños, de hecho ni hablaban. Se limitaban a mirarse con discreción, y cierto enfado.

—No te desanimes, Fabián —dijo Alana frente a mi —La vamos a encontrar... Pero por ahora date una ducha y duerme un poco

Solté una risa sarcástica

—¿Ducha? ¿Dormir? —hable frustrado —¡No puedo pensar en eso ahora! —jalé mi cabello con frustración

—Alana tiene razón —dijo Amelia seria —Con esa aura nada bueno atraes

Rodé los ojos

Miré a la pequeña Mariana y no pude pasar desapercibido el parecido que mi sobrina tenía con mi hermano. Amelia era muy tonta si aún no se daba cuenta que la hija que tenía era de su mejor amigo. La bebé tenía un vestido verde manzana que dejaba a la vista sus piernas gorditas. 

La bebé me sonrió inconscientemente. Me produjo ternura su acto, por eso suspiré e intenté calmarme. 

—Han pasado más de 7 meses —hablé —Ya habrá tenido a nuestro hijo...o hija. Ni siquiera eso supe cuando se la llevaron. No es justo esto, que por el pasado tengamos que sufrir esto

Luca sabía que éramos hermanos, pero al saber lo de Grecia no me dirigió la palabra. James me ha dejado claro que lo decepcioné, no cuide de su hija y ahora ni siquiera sabemos si está con vida.

Ellos se quedaban aquí en la ciudad. Entre Luca y James se rotaban para estar aquí y en la empresa de Los Ángeles. Gracias a ellos hasta el FBI investigaba sobre el paradero de Grecia.

Yo investigaba desde abajo. Estos meses he viajado a diferentes países, he hablado con distintas personas importantes en el mundo de la mafia solo para saber de Albert.

Y de algo había servido. Una pequeña provincia de Rusia era su ubicación actual. De hecho ahí estaba una gran y oculta casa en la cual no recurre mucho.

Investigué Holanda, pero fue inútil. Grecia no estaba ahí

—Fabián —entró en la sala mi papá junto a James y Luca

—¿Qué? ¿Saben algo?

—El FBI confirmó lo que averiguaste —dijo James —Lo más probable es que Grecia esté allí, en Rusia

Abrí mis ojos como platos y una esperanza me invadió. Sin embargo no debía cantar victoria todavía. Ya habíamos hecho esto antes, teníamos una ubicación, un lugar, e íbamos hasta allá, y nada.

—Tenemos que ir —dije enseguida —No hay que esperar más

—Vamos

Me he puesto de rodillas todos estos meses, rezándole a Dios para que mi esposa estuviera a salvo, que regresará a mi lado y dejar todo esto atrás de una maldita vez. 











Narra Grecia Evans

Sentí como mi bebé pateaba dentro de mi. Sequé mis lágrimas y acaricié mi vientre. Sabía que llevaba mucho tiempo aquí, el solo hecho de tener la panza tan grande me lo indicaba.

Además se acercaba el momento, mi bebé pronto querría salir al mundo y yo seguía aquí, en una habitación blanca con una cama suave y un baño equipado eso era todo, además de una cantidad infinita de libros que había en la esquina.  

No había visto el rostro de Albert nunca desde que llegué aquí, en realidad nunca veía a nadie.  Me traía la comida un hombre con pasamontañas y luego de comer me dormía. Sin embargo estoy segura que lo que me ponían en la comida no era muy fuerte.

Pero me preocupaba que mientras yo estaba aquí, Fabián estaba ahí afuera, y que quizá Albert podría hacerle daño y yo no estaría con él. No quería pensar que me tenía aquí mientras destruía la vida de mi marido para luego matarnos al final a mi y a mi hijo.

—Hola bebé —sonreí con nostalgia —Todo va a estar bien, te lo prometo...hijo

Lo único que hacía sin falta todos los días era llorar, era lo único que podía hacer. No recuerdo que alguien viera la hora, ni el calendario. Lo que me preocupaba era mi hijo, sin un control médico, no sabía si estaba perfectamente dentro de mi o no, solo lo sentía patear todos los días, más cuando le hablaba.

Solo éramos él y yo...

Solo me refugiaba en mis pensamientos. En Fabián para ser exactos, soñaba con estar junto a él y nuestro hijo. Pero eso incluía recordar que esa noche estaba con otra mujer, mientras que a mí, Albert me hizo lo que me hizo. Todo fue un plan asqueroso, uno que me hiere y me llena la cabeza de dudas y miedo. 

—Pero... —mi voz se quebró —Tu papá va a venir a buscarnos... Yo...

No podía hablar de él en voz alta. Nunca le dije que estaba embarazada, y tampoco sabía si ya se había enterado, o, si me estaba buscando.

Los peores momentos de mi vida, secuestrada y mi mayor temor era saber que iba a pasar cuando se presentará el momento de tener a mi bebé, quizá Albert nos mataría a ambos, o lo más probable es que mi hijo muriera frente a mí y no poder hacer nada. Ese era mi mayor temor.

Comencé a tararear una canción por lo bajo, me tranquilizaba a mi y a mi hijo. Aún que esa canción me recordaba a mi madre constantemente.

Me distraía leyendo aquellos libros y pensando en mi familia. Me afligía pensar en mi padre, en cómo debe estar sufriendo. Mi hermano seguro que debe odiar a Fabián, aunque no sabía si ellos estaban enterados de que Fabián vivía. 

Oí la puerta ser abierta y me removí sobre la cama, aterrada. Entraron dos hombres, hubo una señal entre ellos y uno se limitó a asentir acercándose a mi. Nunca había tanta gente aquí.

El pánico me invadió. Una corriente de nervios me atravesó la espaldas y mi corazón se aceleró de golpe.

—¡No! ¡¿Qué hace?! ¡Suélteme! ¡No me hagan daño! —me acostó sobre la cama a la fuerza —¡No le haga nada a mi bebé! ¡Por favor¡ ¡Se lo suplico!

El otro le extendió una inyectadora y comencé a forcejear aún más. El otro que entregó la inyectadora, tomó mis brazos obligándolos a estar sobre mi cabeza, mientras yo no dejaba de gritar. 

—¡Basta! ¡AYUDA! ¡AYUDA POR FAVOR! —me cubrieron la boca

Sentí un pinchazo en mi brazo y rápidamente me sentí débil. Me había dormido.

—no...por...favor...ayuda... —divise como una sombra entraba a la



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Una Vida a tu Lado [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora