Tras la lluvia | One-shot

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Cuando despertó, no fue capaz de recordar cómo había llegado allí. Estaba en el suelo, sobre un colchón de hojas de palmeras y sentía frío. La suavidad de su lecho no evitó que las muescas del piso le marcaran la piel.

Un relámpago surcó el cielo y, con él, la garúa se convirtió en llovizna. De inmediato un escalofrío le recorrió la espina de cabo a rabo.

Entonces, una voz lejana —audible solo por poco— se quejó tras un chasquido de disgusto.

—Qué molesto.

Ya consciente, Lumine parpadeó mas su visión continuó borrosa. ¿Había alguien afuera...? ¿Y dónde se suponía que estaba? Quiso evaluar sus alrededores antes de hacer algún movimiento, pero una repentina oleada de olores golpeó sus sentidos. Un aroma amargo, mezclado con savia y tierra mojada, llamó su atención.

Se sentó en el suelo sin prestarle atención al malestar indefinido que la aquejaba y talló sus ojos con pereza. Cuando por fin las imágenes se volvieron nítidas, notó la taza humeante que descansaba a escasos centímetros de ella. Un líquido oscuro fluctuaba al son del viento fresco que entraba por la puerta abierta.

Con sumo cuidado, la tomó entre sus manos y el calor le devolvió la sensibilidad a sus dedos. ¿Cuánto tiempo llevaba dormida?

Antes de siquiera plantearse una respuesta, el sabor amargo le retorció la cara del rechazo. Asimismo, se forzó a terminarla de un solo trago. Si se limitaba a complacerse con la calidez, no era tan malo.

—Tu amiga salió a buscar ayuda.

Lumine asomó la cabeza fuera de la casita abandonada —que seguro alguna vez estuvo habitada por un Aranara— y lo encontró. Esa arrogancia tan inherentemente suya; lo reconocería donde fuera.

Él se hallaba sentado a un lado de la entrada, con una ramita verde entre las manos. Una pequeña fogata llameaba a sus pies, desahuciada bajo la lluvia. Unas rocas le servían de reparo a la fogata, en tanto también funcionaban de apoyo para una tetera cuyo contenido Lumine podía intuir.

El muchacho arrojó la varilla de madera a las llamas y se abrazó a sus piernas sin dejar de observar las llamas. Gotas de agua caían del ala de su sombrero y su mirada violácea reflejaba la danza penosa de aquel fuego exangüe. Lumine advirtió en sus ojos un brillo especial, uno que durante los días soleados era inexistente. No era ni por asomo similar a Ei y, por algún extraño motivo, eso estaba bien para ella.

Lumine tragó saliva y posó la vista en el horizonte, algo incómoda. El valle selvático se extendía hasta más allá de donde alcanzaba ver. Esperaba que el rubor de su rostro se aplacara con el verde del paisaje.

Los minutos pasaron y ninguno habló durante ese tiempo.

—¿Qué pasó? —preguntó ella finalmente.

Su curiosidad era genuina, lo último que recordaba era haber localizado el objetivo de la cacería, en las proximidades de la Montaña Devantaka. Mas él no contestó. Cuando ella volvió a mirarlo, en espera de una respuesta, el joven todavía contemplaba el fuego con total concentración.

—No arderá más por verlo con mala cara. Se extinguirá si no lo alimentas.

Él tampoco respondió. Lumine bufó y decidió que era una causa perdida.

El crepitar ahogado de las brasas, bajo el repiqueteo de la lluvia, llenó el silencio entre los dos. La brisa sopló con aplomo y con ella murieron las últimas llamas de la fogata. El muchacho chasqueó la lengua.

Con cierta dificultad, Lumine sacó ambas piernas fuera de la casita y permaneció sentada en el pequeño pórtico. Fue entonces que notó la ausencia de su bota izquierda. En su lugar, un vendaje ensangrentado cubría una herida serpenteante que iba desde la rodilla hasta el muslo. Parte de su vestido estaba hecho jirones, salpicado de un carmesí opaco.

Tras la lluvia | ScaralumiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora