Tarde.
Iba tan jodidamente tarde a clases, en su primer día ni más ni menos.
Y todo era culpa del horario de mierda español, era insufrible por decir lo menos. No se había preparado para esto, no señor.
Pero no había nada que hacer, el mismo se había buscado esto al estúpidamente elegir la beca de intercambio incorrecta.
Entonces, haber recibido la aceptación a finales de julio y con el comienzo del semestre a mediados de agosto, hacer una mudanza de un continente a otro no fue cosa fácil de hacer.
Entre cosas legales y personales que resolver, fue el mismo lo último en pisar España, a penas los días suficientes como terminar la mudanza en el departamento que ahora compartía y su horario de clases establecido.
Vaya mierda de vida.
Así que ahora estaba corriendo, como si el diablo mismo lo persiguiera, por los pasillos casi vacíos de su nueva facultad de derecho esperando que su primer profesor del día no fuera un viejo cagón.
Pues aunque gran parte de su beca dependía de sus excelentes notas obtenidas, no podía dejar de lado el comportamiento, tenía que ser impecable.
Bueno, a la verga.
Ya estaba ahí, a una nada de llegar y solo estaba tarde por cinco minutos por sobre la tolerancia de entrada a la clase, bien, lo haría funcionar de algún modo.
Eso hasta que casi arrolla a un niño pequeño que lloraba en medio de todo su glorioso camino a la cátedra.
Se detuvo indeciso, debatiéndose entre si ignorarlo o ayudarlo de alguna manera.
—Ay, cabrón... —murmuró para sí mismo, contrariado.
Era ya demasiado tarde y los minutos seguían corriendo, por otra parte, el hecho de que llegaba tarde era más que oficial, que más daba ya ahora.
—Eh... chaval —riéndose de su intento de acento español, se agachó a la altura de la criatura—. ¿Qué pasa, porque lloras? ¿Te perdiste?
El bebé, que no era nada más que eso ya que no debería pasar de los cuatro años dada su diminuta altura, sollozaba con fuerza mientras se tallaba duramente los ojos lagrimeantes con sus pequeños puños.
Al pelinegro de beanie azul se le rompió el corazón.
Así que hizo lo que creyó correcto y extendió la manga de su querido suéter azul para, con delicadeza, apartar con su otra mano las pequeñas manitas y limpiar las lágrimas regordetas que caían por las mejillas del niño.
—Vamos pequeñín, —dijo cálidamente—, no hay porque estar tristes o asustados, Super Quackity está aquí.
Río alegremente mientras sostenía la carita de el más pequeño y limpiaba el resto de humedad de ella, para después jalar divertidamente sus propias mejillas para formar una sonrisa y alegrar al niño.
—¿Quieres ver algo chin-encantador? —se detuvo a tiempo antes de soltar la maldición, que muy probablemente no conocería el niño pero no debía decir—. Deja que te muestre...
Se alegró infantilmente de haber conseguido —definitivamente no la había robado— aquella bonita ficha de metal cuando visitó el casino del lugar la noche anterior.
La tomo rápidamente del bolsillo trasero de sus jeans negros y se la mostró al pequeño de cabellos castaños que ahora le miraba con ojos ilusionados.
—Bonito, ¿verdad? —dijo mientras dejaba que el más pequeño la sujetará con sus dedos regordetes.
—¡Si! —respondió y asintió animado el pequeño, ojos resplandecientes de emoción.

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𝐄𝐥 𝐌𝐮𝐧𝐝𝐨 𝐄𝐧𝐭𝐞𝐫𝐨 [ 𝒍𝒖𝒄𝒌𝒊𝒕𝒚 ]
Fanfiction"A veces, la decisión más pequeña puede cambiar tu vida para siempre." - Keri Russell Quackity ha planeado esto la mitad de su vida, sabe que es lo que le depara el futuro y cómo exactamente lograra obtener lo que quiere, pero entonces hace la decis...