(Capitulo I) "El amanecer"

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"Noah"

Noah acababa de abrir los ojos, agotado —incluso después de haber despertado— y pensativo. Despertarse en las mañanas y escuchar el cantar de los pájaros al lado de su ventana, hacía que se sintiese en paz. Le hacía olvidar la soledad en la que vivía y el silencio que siempre lo acompañaba. Y de cierto modo, lo calmaba.

Suspiró profundamente, y frotó un poco sus ojos. Después de un rato de estar mirando al techo, se levantó para ir al cuarto de baño, lavar sus dientes y regresar a la habitación. Sin ganas de hacer absolutamente nada, solo de fundirse con la cama.

Se acomodó un poco y estiró su mano hacia el lado derecho de su cama para tomar un cigarrillo, ya lo necesitaba. Lo encendió y le dió una enorme calada, llenando sus pulmones y expulsando el humo lentamente.

Observó el trillo de humo surcar el aire y, perdido en sus pensamientos, el recuerdo de la noche anterior llegó a la mente de Noah. Dió otra calada y cerró los ojos, intentado centrarse en las imágenes que pasaban por su cabeza.

La noche anterior, Noah había transportado una gran cantidad de droga, no cualquier cargamento, sino, dos camiones cargados de cocaína pura escondida en cajas de vino. Donde él era uno de los conductores que debían llevarla a un viejo almacén y entregarla a su jefe, un traficante muy conocido, pero que nadie había podido apresar nunca.

Noah dió otra calada a su cigarrillo y se recostó en la cabecera de la cama, frotando su sentido suavemente, un leve dolor de cabeza hizo presencia mientras intentaba recordar lo sucedido.

Recordó que al llegar, estacionó el camión. Los encargados de desmontar la carga se acercaron y comenzaron a hacer su trabajo. Noah, en cambio, a paso lento caminó adentrándose en el almacén en busca de su jefe, Balthazar —la mente maestra de todo— que esperaba por ellos dentro como en cada entrega.

Miró hacia ambos lados en la entrada, precavido, observando a sus matones que cargaban fusiles en brazos.

—Aquí tienes. Tú te encargas de lo demás, ya eso no es asunto mío —dijo, lanzándole las llaves del camión a Carlos, el segundo al mando—. ¿Dónde está Balthazar?

Carlos atrapó las llaves en el aire con una mano, con semblante serio.

—Eso no es asunto tuyo, limítate a conducir el camión y no ser atrapado —espetó, frunciendo el seño.

—Carlitos, ¿tengo que buscarlo yo mismo? —Noah sonrió, burlón. Sabía que a Carlos no le gustaba para nada la simple presencia de Noah —mucho menos ese apodo— pero no podía hacerle nada, ya que Balthazar le tenía cierto aprecio —que Noah no sabía por qué— y no dejaría que Carlos le hiciese nada.

—Mocoso, no tientes a la suerte

—¿Eso es una amenaza, Carlitos? —entrecerró un poco los ojos, desafiante, con una media sonrisa burlona.

—¡Te voy a...!

—Noah, has llegado puntual, como siempre —lo interrumpió Balthazar—. Espero, por tu bien, que no hallan habido inconvenientes, ¿no?

—Eso le contaba a Carlitos, lo fácil que fué —dijo Noah, tomando un aspecto más serio.

Sabía que Balthazar era muy... diferente —más bien, peligroso— y no podía andarse con tonterías o le iría mal, muy mal.

Aunque Noah era bastante necio como para entender del todo el significado de peligro.

Carlos lo atravesó con la mirada, y asintió suavemente con la cabeza.

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