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Era un soleado y caluroso día de verano, Dante y su madre, Idara, iban de camino al parque como todos los viernes a las cinco y media de la tarde. Tras unos minutos de caminata llegaron a su destino, un parque infantil situado a unas tres calles a la derecha del piso en el que vivían. Allí Dante después de jugar durante un rato en los columpios, fue al tobogán en donde conoció a Ayla, su futura mejor amiga, de la cual, él, no imaginaría enamorarse.
Todos los viernes a esa misma hora se encontraban para jugar juntos durante las siguientes horas, y así, pasaron varios años hasta que ambos llegaron a los catorce. Una tarde de invierno, ambos paseaban por el parque, el cual estaba cubierto por una capa de blanca nieve mientras se dirigían a su lugar favorito, el parque en el que sus vidas se cruzaron, Dante caminaba lentamente, hundido en sus pensamientos, tratando de encontrar una manera para expresarle sus sentimientos. De vez en cuando giraba la mirada hacia Ayla, admirando su perfil como si se tratara de un niño viendo sus regalos de navidad bajo el árbol, y a cada paso que daba se sentía más nervioso y ansioso por lo que iba a suceder más tarde.
Cinco minutos paseando fueron suficientes para llegar finalmente a los columpios, ambos se sentaron mientras se columpiaban y una suave y fría brisa les golpeaba. Al cabo de unos minutos se cansaron y fueron a sentarse a un banco que se situaba a un par de metros de donde estaban. Y Dante, en un arrebato de valentía, la agarró de las manos suavemente y mirándola a los ojos, le confesó sus sentimientos. Después de unos segundos, la joven acabó de procesar las palabras del castaño, entró en pánico y salió corriendo rumbo a su casa, dejando así, solo al chico.
Y aquí, es donde comienza esta historia de amor...
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