BAHATI

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Me llamo Bahati, y mi nombre significa «suerte». Nací en Angola, cerca de Dondo, por casualidad. En mi tierra casi todos los pueblos son nómadas y nacemos por azar en cualquier lugar de la sabana. Pertenezco a la tribu Khoisan, o San, o Bosquimana, que seguramente te resultará más familiar. Creo que soy el único bosquimano llamado Bahati. Mi madre debió ponerme el nombre de mi padre, como manda la tradición entre los de mi pueblo, pero este tuvo el desacierto de acoger a una segunda mujer bajo su techo cuando yo aún estaba en periodo de gestación y ella, por despecho, decidió bautizarme con el nombre del jefe de una tribu herera que se cruzó con la nuestra cuando sintió el primer dolor del parto.

Lo cierto es que aunque fue ella, mi madre, quien escogiera mi nombre en un arrebato de celos, nunca me llamó Bahati, decía que ningún san que se preciara podía tener un nombre que no necesitara al menos un par de golpes de lengua para pronunciarlo. En mi clan también estaban de acuerdo con esta idea y, como, según decían, era el niño más negro nacido entre ellos, carente del bronce dorado que caracteriza a mi etnia, comenzaron llamándome «niño negro». Discutían sobre mi color, pero el brujo concluyó: «Depende de la luz del sol, bien es negro como un bantú, bien su piel parece la madera cortada del baobab o al atardecer tan oscuro como la noche que se anuncia». No obstante, al principio mi progenitora me llamó solo «niño», como era hijo único... Más tarde, cuando empecé a caminar, decidió que «niño del paso largo» era mucho más descriptivo para nombrarme, porque todos nuestros vecinos decían que nunca hubo en la historia de mi pueblo un bosquimano que con dos años caminara más rápido que su madre. Y este fue el primer golpe de suerte que hizo honor a mi nombre: gracias a mi paso largo pude aprender a leer y escribir. Qué ironía, años después muchos blancos volvieron a llamarme «niño negro» y apodos parecidos.

Esta es mi historia, la de un hombre nacido entre las gentes más parias del planeta y vendido a los esclavistas, que gracias a su suerte y curiosa e impar educación siempre se sintió libre.

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