Fernando CamachoLos últimos días los pasamos como una pareja normal. Despertamos en la misma cama, con el roce de nuestros cuerpos, desayunamos juntos en la cocina, yo la acompaño hasta su trabajo y nos despedimos con un beso para después irme yo al mío, nos mandamos mensajes entre horas y finalmente llegábamos a casa juntos para cenar, hacer algo e irnos a la cama.
Pero hoy iba a ser diferente porque era el veintiocho de julio, es decir, el cumpleaños de Lara.
Estaba nervioso, no iba a mentir diciendo lo contrario, tenía miedo de que algo no le gustara a la protagonista.
—Deberías de respirar, Nando, solo es su cumpleaños, no es como si fueras a pedirle matrimonio —murmuró burlón Zaid, que había viajado por estas fechas.
—Oh, mierda, no irás a pedirle matrimonio, ¿no? —preguntó Killian, elevando sus cejas, haciendo que pequeñas arrugas se formasen en su frente.
—No —negué con la cabeza—. No voy a pedirle matrimonio, tranquilos... Primero quiero que sea mi novia, hay que ir paso a paso.
—Hay que ir paso a paso —repitió burlón—, lo dice el que ya vive con ella.
Bueno, eso son pequeños detalles.
—No sois los más indicados para hablar —señalé, después miré a mis demás amigos y negué con la cabeza—. Nadie de aquí lo es, así que ya os podéis ir callando.
Algunos alzaron las manos en señal de rendición, Killian fingió ponerle la cremallera a los labios, mientras que otros simplemente optaron por reírse.
Ayker y Julienne entraron en este instante al restaurante, mandándonos callar.
—Están de camino, que cada uno se ponga donde le toque —ordenó la pelirrosa—. La tarta está en la nevera, Nando, ve a ponerle las velas.
Asentí con la cabeza y corrí dentro de la cocina para ir a por la tarta, según mis informantes era su favorita, si me habían dado información falsa los odiaría de por vida. Coloqué las velas y prendí fuego a cada una de ellas.
Habíamos trabajado durante horas para tener un ambiente mínimamente bonito, no éramos los mejores organizadores del mundo pero al menos lo habíamos hecho con ilusión. Dicen que la intención es lo que cuenta, ¿no?
Había globos por todas partes y de todo tipo, incluso unos que indicaban la edad que cumplía. Veinte añitos. No sabía como habían sido sus anteriores cumpleaños, solo esperaba que los que estaban por venir fueran conmigo.
Habían venido de España tres personas que no podían perderse el momento: Antón, Iago e Iria resultaba más agradable cuando no estaba borracha, el que fue una sorpresa fue Antón. Sabía que eran compañeros en Santiago de Compostela y que se llevaban bien, pero hasta ahí.
—¡Ya están aquí! —gritó Ayker, avisándome.
Las luces estaban bajadas cuando ella entró, lo primero que hizo fue apalpar a las oscuras en la pared en busca del interruptor.
—¡Sorpresa! —gritaron todos cuando la luz se encendió, saliendo de sus escondites.
Lara se llevó una mano al pecho mientras daba un paso hacia atrás, sorprendida.
—¿Qué...? ¿Cómo...? —estaba sonriendo, sus ojos se movían entre la multitud de personas frente a ella. Entonces salí yo—. Nando...
—Feliz cumpleaños, Lariña —susurré, bajando la mirada a la tarta—. Pide un deseo.
Cerró los ojos, mordiendo su labio inferior, pidiendo un deseo en su mente. Al abrirlos me miró directamente a mi y después sopló.
A nuestro alrededor todos estallaron en aplausos, no era para menos.
Lara no borró la sonrisa de sus labios en ningún momento, ni siquiera cuando pegó sus labios a los míos, incitándome a mi también a sonreír como un bobo.
—¡Qué viva la cumpleañera! —gritó Iria, alzando sus manos en forma de puño.
Entonces supe que mi protagonismo había finalizado.
—¡Iria! —chilló, corriendo hacia ella para abrazarla.
No me iba a celar, me gustaba verla feliz con su amiga. Dejé que se reencontraran con tanta emoción como vieran necesaria mientras yo dejaba la tarta en una mesa, a la espera de ser cortada por la cumpleañera.
Saludó primero a sus amigos de Galicia, después siguió por los que ya conocía de aquí de Estados Unidos y por último conoció a las respectivas parejas de mis amigos.
—¡Sirve la tarta que para eso hemos venido! —se mofó Ari, apoyándose en el hombro de su amiga Belinda. O quizá no era amiga la mejor manera de describir, no quería meter la pata.
—No me lo esperaba de ti —murmuró burlona mi... Lara.
Fue directa a la mesa para cortar la tarta y repartirla entre todos los allí presentes. Con eso fue suficiente para dar por empezada la celebración, no sé quién puso música pero se le agradeció porque vino bien. Cada quien empezó a hablar con quien le pareció, Lara no tardó en acercarse a mi y plantar un beso en mi mejilla.
—Gracias por esto —susurró, envolviendo sus brazos tras mi nuca, inevitablemente llevé mis manos a su cintura—. Sé que has sido tú el culpable.
—¿Lo siento? —me encogí de hombros—. Todavía quedan los regalos.
Había una mesa solo para eso, estaba llena de bolsas de diferentes colores y paquetes envueltos en papel de regalo bonito.
—Oh, no —meneó la cabeza—. Odio los regalos, la gente solo regala cosas con la garantía de que tú les regales algo... ¡Y yo soy malísima para los regalos!
—Yo también soy un asco con los regalos —admití, soltando una risa—. Pero el tuyo lo tenía muy claro.
—¿Ah, si? —inquirió, alzando una ceja—. ¿Y qué es, eh?
—Está fuera —señalé con la mirada la puerta—. Ven...
Tomé su mano para guiarla al exterior, me martilleaba el corazón con fuerza en el pecho con el miedo a que lo rechazara. Era Lara, todo podía ser posible cuando se trataba de ella.
—¿Y bien? —cuestionó confusa—. ¿Mi regalo es el aire que respiro?
Solté una carcajada mientras giraba su cuerpo para que quedara frente al coche, saqué de mi bolsillo las llaves de este para dejarlas en su mano.
—Ahora si, felicidades —susurré.
—Estás de broma...
—Claro que no, es mi regalo, no me tomes de materialista, pero me gustaría que tú lo tuvieras.
—Es demasiado...
—Tú eres demasiado —acuné su rostro con mis manos.
Sus ojitos estaban empañados cuando me volvió a mirar, aunque no por mucho tiempo porque fue rápida en juntar sus labios con los míos.
—Gracias, gracias, gracias —dejó besos en mis labios.
Probablemente yo estuviera más feliz que ella, sobre todo si mi felicidad dependía de la suya.
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Dueño de mi vida
RomanceFer, Nando, Fernando Camacho... También conocido como el hijo del magnate Camacho y la empresaria Sibylle Stone. Su vida parecía estar definida desde su nacimiento, se lo entregaban todo en bandeja esperando que el día de mañana llegara a liderar la...