Capítulo 3

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Fernando Camacho

El lugar era bastante normalito, Liam dijo que había que darle una oportunidad también a los nuevos talentos de la cocina pero después bien que se fue a comer a un restaurante mientras me dejaba a solas con el socio, Javier Pérez.

—Bienvenidos al centro superior de hostelería de Santiago de Compostela, mis alumnos y yo hemos preparado un menú al gusto del consumidor —presentó el chef, mirándonos con una sonrisa nerviosa en los labios.

Quería aparentar que confiaba en lo que habían hecho, pero se le notaban los nervios, sabía que si no quedábamos satisfechos podríamos tumbarle esto con solo chasquear los dedos. Tener poder era asombroso, yo por mi parte tenía que agradecer a mis padres, habían sido ellos los que habían cosechado la fama a la empresa, si por mi fuera no estaría allá en lo alto.

—Ellos son solo algunos de los alumnos que han estado haciendo la comida durante la mañana, intenté poner al frente a las chicas mas guapas de nuestra cocina, así además de complacer el estómago también complacéis la vista y...

—¿Acabas de dar por hecho que me gustan las chicas? —enarqué una ceja.

Balbuceó algunas cosas sin sentido, no se esperaba ese tipo de contestación viniendo de un tipo como yo, pero bueno... ¿Sorpresa?

—Lo siento, yo no sabía que eras gay —se excusó.

—No lo soy —sonreí de lado—, pero no hay peor cosa que suponer la orientación sexual de una persona. Deberías de tener cuidado con los prejuicios.

Volvió a pedirme disculpas y después se puso a hablar del menú que habían estado preparando, mis ojos se desviaron entonces a los jóvenes que estaban allí de pie, mostrando formalidad. Todos tenían una sonrisa en los labios a excepción de la morena que solo asentía a las palabras de su profesor.

Al notar mi mirada posó sus ojos también en mí y esta vez sí que sonrió. Vaya, la señorita con cara de pocos amigos también podía parecer agradable. Le devolví el gesto y bajé la mirada a su nombre bordado en la camiseta que llevaba puesta, idéntica a la de sus compañeros, "Lara" en color rojo y cursivo. Me gustaba. Sin embargo, al seguir bajando vi que su delantal estaba manchado de salsa verde o algo similar, hice una mueca de desagrado. Entendía que había estado cocinando, ¿pero la presentación no la podía hacer de manera pulcra? Los demás estaban perfectamente limpios, ¿que le costaba a ella?

Chasqueé mi lengua de manera inevitable y desvié la mirada de ella sin siquiera volver a hacer contacto visual. Javier hablaba animadamente con el chef, pero al notar mi mirada no tardó en dirigirnos hacia nuestra mesa.

—En seguida os traemos de beber —murmuró antes de retirarse.

Lo seguí con la mirada y lo vi acercarse a la primera chica de la fila para susurrarle unas palabras al oído. Todos estaban atentos a lo mismo, incluso Lara.

Nada, ahí estaba yo mirándola de nuevo.

Ni que nunca hubiera visto a una chica delante...

—Es guapa, ¿no? —preguntó Javier, dándose cuenta de que no era capaz de despegar la mirada de allí.

—Supongo —me limité a responder, pero me relamí los labios en cuanto se volteó y me dio una perfecta visión de su culo, aquellos pantalones apretados le sentaban de maravilla y los cordones del mandil estaban estorbando en mi campo de visión.

Resoplé y acomodé la erección que empezaba a formarse en mi entrepierna, mis pantalones si que estaban apretando en ese momento. El gesto no pasó desapercibido para Javier y me lanzó una mirada de advertencia justo cuando otra de las chicas se acercó con una botella de vino en la mano. Su advertencia me la iba a pasar por el forro de los cojones.

¿Si Lara me gustaba por qué iba a disimularlo?

La chica que estaba sirviéndonos el vino también estaba nerviosa, le temblaban ligeramente las manos, lo que hizo que se le derramara el líquido cuando apartó la botella. Cayó en el suelo y no pareció darse cuenta de ello.

Fue mi turno de lanzarle una mirada a Javier, que me pedía a gritos que no dijera nada. Ma callé, pero miré el suelo y la invisible capa húmeda que había dejado allí.

—Recuerda que están trabajando, lo que quieras hacer después ya es cosa tuya, aunque yo preferiría no enterarme —murmuró, casi divertido—. Eres joven, aprovecha de la vida que cuando menos te esperes ya tienes cincuenta y un rostro poco atractivo.

—No voy a tener un rostro poco atractivo a los cincuenta, tengo buenos genes —le guiñé un ojo, mostrándole mi lado mas presumido.

Seguimos con el tema de conversación hasta que llegó Lara con nuestros platos, uno en cada mano. Dejó frente a Javier el suyo, me dio tiempo a ver que era una crema de color verde... Igual a la que llevaba manchándole el delantal.

Después hizo un ademán de dejar el mío frente a mi, pero fue entonces cuando se desató el desastre. Su pie pisó en lo mojado y resbaló, un jadeo de sorpresa salió de su boca y otro de la mía. Le cayó el plato de las manos, en la mesa, machando esta y también manchándome a mi. No tuve tiempo de quejarme porque el líquido caliente aterrizase en mi ropa, envolví mi brazo en su cintura para que no se cayese de manera vergonzosa y mi otra mano fue a parar a su trasero. Si, a aquel culo que tanto había admirado. Por dicha acción su pierna quedó flexionada sobre la mía.

Estábamos en una posición comprometedora.

—¡Maldición, lo siento! —exclamó, intentando alejarse.

Tuve que tragar saliva y retirar mis manos con cuidado, asegurándome de que no se caería al reincorporarse.

—¿Estás bien? —le pregunté sin poder evitarlo, mis padres me habían dado una educación ejemplar.

Antes de que pudiera responder ya estaban allí Tomás y... Carla, por lo que leí en su camiseta. El primero miró mal a Lara y le empezó a regañar sin importarle que estuviéramos nosotros delante, la segunda tomó un trapo para limpiar lo que su compañera había ocasionado.

—Eres una torpe, Lariña —escuché que dijo la misma antes de dirigirse a mi—. Mala elección traer una camisa blanca, estoy segura de que es carísima y ella tuvo que arruinarla, lo lamento.

—La única torpe eres tú —espeté—. Fuiste tú quien derramó el vino e hizo que ella se resbalara. La camisa es lo de menos, imagínate que se hubiera caído y se hiciera daño.

Me levanté furioso cuando hizo un ademán de limpiarme, que tuviera las manos quietas y donde le correspondían, no sobre mi.

Visualicé a Lara cabizbaja y aunque quise acercarme me fue imposible porque un tercero salió de la cocina para llevársela dentro. Tal vez era lo mejor, ya hablaría más tarde con el cocinero, tenía que enterarse de que estaba siendo una injusticia.

Solté un suspiro y volví mi mirada a Javier, que no sabía que cara poner.

—Voy al baño —avisé antes de perderme por allí, no estaba para cuentos, el día había empezado mal.

Dueño de mi vida Donde viven las historias. Descúbrelo ahora