UNA NAVIDAD ESCALOFRIANTE -ESPECIAL NAVIDAD-

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Se acercaba la Navidad y John temblaba de emoción por todos los regalos que recibiría

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Se acercaba la Navidad y John temblaba de emoción por todos los regalos que recibiría. No porque se hubiera portado bien todo el año, pues de hecho, él era un chico muy malcriado y grosero con todo el mundo. Lo único que le importaba era recibir todos los juguetes que quería.

A él no le valían las amenazas de que Santa Claus no le daría nada si se portaba mal. Él siempre llegaba a su casa de todas maneras. John nunca se limitaba a la hora de pedir.

Pero aquella Navidad en especial, nuestro protagonista estaba a punto de llevarse una amarga sorpresa.

Como todos los años, John había enviado ya su carta para Santa Claus al Polo Norte, con una cantidad absurda de obsequios y sin pizca de amabilidad en su redacción.

—¿Sabes, hijo? Deberías pensar un poco más en las cosas que son importantes, como estar con la familia —le dijo su madre—, ¿qué pasa si Santa te trae solo dos o tres cosas de las que le pediste?

—¡Él me tiene que traer todo, porque yo me lo merezco! —gritó John desagradablemente.

Su padre suspiró y todos se marcharon a dormir. Era Nochebuena y ya verían al día siguiente lo que les deparaba la Navidad.

Poco después de la medianoche, John se despertó alertado por unos ruidos extraños. Se escuchaba como si alguien estuviera andando por el tejado, rasgando las tejas.

"¡Es Santa Claus!", pensó el niño, levantándose de su cama con apuro, "más le vale que me haya traído todo lo que pedí, mejor voy con él para asegurarme".

Se asomó pues a su ventana y miró hacia arriba, para gritarle al hombre de rojo.

—¡Hey, tú! ¡Santa!

No era Santa Claus. Era una criatura monstruosa de largo pelo color pardo, cuernos sobre la cabeza y una mirada que le heló la sangre.

—Huelo un niño malcriado en medio de la nieve. Esta noche, el Krampus viene por ti —canturreaba, acercándose sigilosamente hacia John.

El chiquillo dejó escapar un grito aterrador e intentó cerrar la ventana, pero el espantoso ser se coló en su habitación como una sombra, arrinconándolo con sus enormes garras y amenazando con atravesarlo sobre la alfombra.

—Huelo un niño asustado en la oscuridad —volvió a canturrear, en un susurro sibilante—. Esta noche, el Krampus te arrastrará al infierno.

Lo último que John vio antes de perder la consciencia, fue un par de ojos ardientes como las brasas del diablo, que le mostraron el mayor terror y agonía.

A la mañana siguiente, John se despertó sobresaltado y con frío. La ventana de su habitación estaba abierta y cerca de él, vio un carboncillo con un mensaje escalofriante: "El próximo año no seré tan benévolo". El Krampus le había dado otra oportunidad.

Desde entonces, John no se atrevió nunca más a desobedecer a sus padres o ser grosero. Donó muchos de sus juguetes a los niños que no tenían nada y en su lista de regalos de cada Navidad, empezó a pedir solo una o dos cosas.

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