Intercambio Navideño

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Intercambio Navideño


Era el último curso, después de derrotar a Voldemort, Harry por fin sentía que podía disfrutar de ser un estudiante común y corriente, sin tener que enfrentar monstruos o hechiceros malvados ansiando asesinarlo. Solo había dos factores que le impedían relajarse: el profesor Severus Snape y la directora Minerva McGonagall.

El primero porque no cesaba de restarle puntos por cualquier insignificancia. Que si se le atravesó en el camino, que si perdía tiempo charlando con sus compañeros, que si pasaba demasiadas horas en el campo de Quidditch. En fin, que en una ocasión le castigó por supuestamente alterar el orden público cuando un niño de primer año chilló extasiado cuando Harry le sonrió en uno de los corredores.

Para Harry era una situación cansada, sobre todo porque había creído que después del fin de la guerra, y de contribuir en demostrar la inocencia de Snape, las cosas mejorarían entre ellos. Por lo menos para Harry sí había cambiado, su percepción del profesor de pociones era completamente distinta, y si le molestaba ser sancionado con tanta frecuencia era tan solo por las injusticias, pero cuando llegaba a su castigo, se olvidaba de cualquier mala sensación. Tan solo entraba al despacho, silencioso y privado, y se percibía raramente relajado, era en esos momentos que sentía que podía mejorar la relación entre ellos. Snape, a solas, no era tan majadero ni insolente, pero continuaba frío y distante.

A veces Harry pensaba que Snape disfrutaba tenerlo cerca, y sin nadie más alrededor. Y cuando lo imaginaba, sentía algo especial en el pecho. Pero luego se obligaba a desechar ese pensamiento, sería demasiado loco creer que el profesor pudiera sentir algo por él... casi tan loco como pensar que era correspondido.

El segundo factor que estresó sus últimos meses en Hogwarts, fue McGonagall. Decidió que esa generación merecía distraerse y festejar, así que organizó una cena baile para la Navidad. Con ello consiguió que casi todo el colegio decidiera quedarse durante las fiestas. Harry pensó que también lo hacía para hacerlos olvidar de tantos sinsabores que dejó en el camino la guerra pasada.

Pero el baile no era la mala noticia, aunque Harry pensó que primero se deja entrevistar por Rita Skeeter que ponerse a bailar frente a todos. Lo malo es que Minerva, haciendo apología a Dumbledore, realizó un intercambio de regalos entre alumnos de diferentes casas. Y claro, a Gryffindor le tenía que tocar Slytherin.

Desde aquel momento Harry ya sabía cuál sería su suerte, la peor de todas. Y ni siquiera reaccionó cuando sacó el papel con el nombre de Draco Malfoy. Era totalmente predecible que al destino le gustaba jugarle malas bromas.

Por el contrario, Malfoy no ocultó su desagrado. A pesar del fin de las hostilidades, él jamás se atrevería a mantener ningún contacto con Potter, hacerlo sería considerado una traición a su padre, recluso de Azkaban. Sin embargo, era lo bastante inteligente como para quedarse callado y evitar darle un motivo a la directora para regodearse descontándole puntos.

— Que mala suerte, en verdad, Harry. —se lamentó Ron cuando estuvieron a solas en la sala común.

— Podría ser también un motivo para empezar a ser amigos. —comentó Hermione bastante insegura de sus propias palabras.

Los tres amigos se miraron y rieron. En definitiva, Draco nunca aceptaría una amistad con ninguno de ellos, y tampoco era que les interesara obtenerla. Les bastaba con dejar de ser enemigos a muerte.

— ¿Y qué le regalarás a Pansy? —preguntó Harry a Ron.

— Ni idea, pero no importa, sea lo que sea, terminará en el cesto de basura, ¿para qué esforzarse? —respondió encogiéndose de hombros.

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