Capítulo 1: Maldito Whatsapp

112 2 1
                                    

Tamborileaba los dedos en la mesa verde de mi deprimente clase. El sonido de las uñas contra la madera vieja era gracioso.

Intenté seguir siempre el mismo ritmo, y acabé tarareando una melodía para mis adentros. Sin letra, sólo música.

-¿..., Amalia?

Al oír mi nombre pronunciado por la profesora, un mini-infarto asaltó a mi corazón. Paré de cantar mentalmente y tragué con un fuerte sonido. Mi desesperación se palparía a kilómetros, de modo que ¿cómo no iba a notarla la profesora que tenía a un metro?

Se limitó a mirarme fijamente, y lo mismo hice yo. Era obvio que me había hecho una pregunta, y que esa pregunta requería una respuesta por mi parte. Pero me había quedado tan bloqueada que no pude ni pestañear.

-¡Otra vez en las nubes! -la profesora se giró, irritada.- ¿Es que tú nunca escuchas? -"Si es a ti, no, la verdad" no pude evitar pensar. -¿Se puede saber dónde tenías la mente esta vez?

Abrí la boca para responder, pero en seguida la cerré. Si en aquellos momentos salía algo de mi garganta, sería una estupidez seguramente, y en ese caso prefería no hacer el ridículo todavía más.

Porque las miradas de mis compañeros me ardían en la nuca, como si me perforasen lentamente, como si quisiesen atravesarme.

Mis compañeros. Esos idiotas con los que me veo obligada a pasar seis horas diarias. Esos idiotas que en estos momentos se estaban riendo de mí en mi cara. Bueno, en realidad se estaban riendo de mí a mis espaldas, porque yo me sentaba en primera fila.

En fin, ¿qué mas daba?

Todos esos idiotas estaban por debajo de mí. Ellos tenían la edad mental de quince años (algunos ni eso), mientras que mi edad mental era ya de veinte. Me sentía como una adulta atrapada en un cuerpo de adolescente, con las hormonas y todas esas mierdas. En resumen, una tortura.

-¿Es qué no lo sabe, Profesora Valentina? -si la voz era de uno de los amigos de Mario (el idiota supremo del reino), que lo era, y empezaba con ese tono socarrón, nada bueno podría salir de aquella frase. -Está claro a quién tiene en la mente. Mario monopoliza todos sus pensamientos.

Estúpido nerd traidor. Porque si había utilizado la palabra "monopoliza", no podía ser otro que Jesús (ahora se hacía llamar J.C.) , el empollón que se había pasado al bando de los guays, quiero decir, al bando de los imbéciles. Ningún otro de los amigos de Mario utilizaría esa palabra en el contexto adecuado.

Toda la clase estalló en carcajadas ante el comentario (que ahora procederé a explicar) del estúpido de Jesús (me niego a llamarlo por su nombre de "chico guay". Me caía mejor cuando todavía era un empollón).

Yo tan sólo pude golpearme una y otra vez la cabeza contra la mesa, y el sonido no era tan gracioso como el de mis uñas.

Pero en esos momentos mi cara debía ser de un intenso color rojo, me iba a estallar en llamas de un momento a otro, así que de ese modo al menos podría esconderla. Notaba mis latidos en las muñecas y en el cuello, y un sudor frío mojaba mis manos.

Ojala todos los imbéciles que tenía detrás desapareciesen en aquel instante.


Bien, ahora explicaré el comentario de Jesús.

En realidad no hay demasiado que explicar, pero lo haré igualmente.

Todo se remonta al año pasado. Digamos que para entonces yo aún sufría mis... "ataques adolescentes".

Bueno, la cuestión es que Mario es guapo, todo lo que una adolescente podría desear: alto, moreno, de ojos azules y atlético. Y en aquellos momentos yo era una adolescente, de modo que podéis imaginar por dónde van los tiros. Claro que mi admiración por él no era nada del otro mundo: todas las chicas de mi clase, bueno, de mi curso, estaban locas por él. La diferencia radicaba en que ellas tenían una posibilidad del sesenta por ciento de estar con él (un porcentaje ya cumplido para este año, pues Mario ya había estado con todas y cada una de ellas), mientras que el mío era tan bajo que se pasaba a los números negativos.

Yo no soy tu fanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora