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El verdadero
"despídete bien".
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—¡México! ¿Volvemos otra vez juntos a casa?

—¿No habías quedado de ver a tu amiga hoy?— Cuestionó coqueta.

Él puso una cara rara y respondió: —Cancelé, no me daba tiempo llegar.

—Bien, entonces ya vámonos.

Canadá y México se han estado haciendo compañía para volver de la escuela; exactamente desde que descubrieron que vivían por el mismo rumbo, incluso él dejó de usar su auto personal por irse con ella en el metro de la ciudad.

Su relación es un poco extraña, son buenos amigos pero ella, en ocasiones, ha sentido algo extraño; una pequeña y diminuta tensión.

Caminaron en dirección a la salida, en medio de ellos van sus amigos. Entre todos hacen bromas, se burlan de ellos mismos o de otras cosas y se ríen mucho.
A México le gusta su grupo social, son muy diferentes cada uno y eso los hace especiales, aunque cuando no estan de acuerdo son difíciles de tratar, incluyéndose.

Más allá de eso, hablan de cualquier cosa, de chismecitos, polémicas, materias, desgracias, amores e intimidades; después de todo estaban más que experimentados.

—Basta, que me da pena.

Pero ahí es cuando las cosas se ponen raras.

—Oyee, no te acerques a esa zona —susurró evitando la mirada de la gente.

En el período de conocerse, Canadá mencionó que no quería nada serio con nadie, porque supuestamente él no estaba listo, que no había superado a su ex o decía que el amor no era algo que le acomodara. Sin embargo, presumía de tener amistades de confianza para divertirse un poco.
A lo que México siempre le respondía: "Eres un perrillo."

Por otra parte, hay algo que no le cuadra, pues el canadiense sí podía lucirse compartiendo sus aventuras pero, cuando sus amigos; la carismática Guatemala, la linda Colombia y el reggeatonero de Puerto Rico molestaban a México con bromas de su pretendiente Irán, Canadá le decía: "Dile a tu amigo Irán que te acompañe", "¿Por qué no le dices a él que te ayude?"

Ya había visto al más alto celar a sus amigas, se enojó una vez que Guatemala se involucró con un vanidoso Salvador, porque a palabras del canadiense, el centroamericano no era bueno, que era un presumido que solo hablaba de proteínas, gimnasio y músculos.

México se reía por lo exagerado que podía ser Canadá.

No obstante, no podía reírse está vez porque no entendía su actual situación.

—¿Por qué? —preguntó el chico de ojos encantadores, enrollando sus grandes brazos en la cintura de su amiga.

Estaban ahí, parados en una esquina del vagón, arrinconados.

¿Qué pasará por la mente del norteamericano con pecas?

Nunca actuó tan cariñoso; sí, era un caballero, pero siempre evitaba el contacto físico de esa índole cuando se trataba de amigos.

Apretó el brazo del contrario cuando sintió la respiración en su cuello —por-porque me da cosquillas—, aclaró con dificultad. México no sabía si agarrarse de los barrotes del metro o sujetarse de Canadá para alejarlo.

—¿En serio? —sonrió.

Él se inclinó y rozó sus labios en la oreja caliente de la mexicana.
Como consecuencia, obtuvo un brincó de sorpresa por parte de ella.
—¡Espera! Se me va a salir un...

Despídete bien. [CanMex]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora