-Un día como otro cualquiera el gran y temido Eustass "Captain" Kid, llega con su tripulación a una isla cómo cualquier otra. El gran Kid es acompañado de su tripulación hasta un bar, para celebrar y festejar entre copas otra de sus victorias.
-Pero...
Varios hombres llegaban al pequeño pueblo, gritando, riendo, y por supuesto, llamando la atención de todo Dios. Esa era la tripulación de Eustass Kid. La tripulación iba rumbo hacia uno de los bares del pueblo para festejar entre copas y risas. Lo que no sabían, es que por ir a festejar copas, una pequeña camarera cambiaría la vida del pelirrojo.
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Un silencio se hico presente en el bar al ver varias figuras masculinas en la puerta de este, todo el mundo miraba atónito a los piratas que entraban por la gran puerta. Se acercaban a la barra, echando a los que ya estaban sobre está. Nadie rechisto a lo sucedido, el silencio parecía infinito, hasta que una joven qué salía de la cocina, lo rompió.
—Jefe, quedan pocas reservas de alcohol, debería de asegurarse de que haya suficiente para mañana.
—Por supuesto, ___. —Carraspeó la garganta—. ¿Serías tan amable de tomar nota de estos caballeros, porfavor?
La joven se quedo algo atónita a ver aquellos hombres de gran y extravagante aspecto, de los que más resaltaban entre ellos era. Un peliazul el cual portaba rastas azules, un moreno alto con prendas negras, otro rubio que llevaba un casco y melena increíble. Y por último un pelirrojo, el cual captó la atención de la joven.
Con pasos lentos, se acerco a ellos, tomando un pequeño bolígrafo y notita para apuntar lo que la tripulación deseaba.
—¿Qué desean, chicos? —Habló con toda la tranquilidad del mundo.
—Mocosa, traé alcohol, mucho alcohol.—Manifestó el pelirrojo con cierta ansia a la joven de cabellos negros.
Atónita, ante el apodo que tuvo el mayor sobre ella, simplemente asintió con su cabeza y se dio la vuelta, dejándolos atrás. Fue hacia la bodega para así recoger una caja la cual contenía botellas con alcohol y ponerla encima de otras dos, cargadas de alcohol. Cualquiera pensaría qué se le caerían a esa floja mujer, pero al contrario, fue una tarea fácil.
Una vez llegó a la mesa de aquellos hombres con el alcohol, la mirada del pelirrojo se clavó en ella.
—¿Cómo es posible que a esta mocosa no se le caiga el alcohol con esos brazos tan flacos?—Pensó el pelirrojo.
—Aquí tienen, disfruten, muchachos.—Y sin más que decir, la joven se retiró al interior de la cocina.
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