Primer y último error.

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Sabía que había cometido una estupidez ¿En qué parte del contrato que se firmaba para venir al infierno estaba ésta cláusula? Intentó deshacerse del problema por todos los medios, drogas, hiervas de un doctor de pacotilla, incluso se acuchilló un par de veces y nada sucedía, hasta pensó en rendirse y entregarse a los ángeles pero aún había un camino que podía tomar. Acudió a la única persona en quien medianamente confiaba, Charlie. Princesa del infierno, hija de Lucifer, le abrió las puertas cuando nadie daba un peso por él. Lo ayudo, le dio cobija, abrigo y comida, hasta debía admitir que le caía bien por lo que pedirle ayuda no fue tan difícil. Un día, se encontraban en el jardín y como si comentara el clima, lo soltó.

-¿Qué?—Vaggie, la novia morena de la princesa, estaba con los ojos abiertos, incrédula por lo que acababa de escuchar—¿Es uno de tus estúpidos juegos?—le conocía, sabía lo sarcástico, juguetón y tonto que se ponía a veces.

-Quisiera querida, pero lamentablemente no estoy jugando—se rio de lo patético de la situación—necesito eliminar esto—

-Angel, no sé que decir ¿Probaste las hierbas?—Charlie estaba en contra, pero viendo la delicada situación en la que se encontraba la araña (y sin contar su horrible contrato con Valentino y su demandante trabajo) debía ayudarlo como de lugar, utilizaría hasta el último recurso.

-Todo lo humanamente posible por eso te pido ayuda ¿Tú padre no podrá resolver esto?—Charlie se puso pensativa, no sabía si su padre quisiera ayudarla, no se llevaban tan bien.

-No lo sé –dudaba.

-Vamos, juro poner más empeño en esto de la rehabilitación, prometo portarme bien –le rogaba con los ojos llorosos y las manos en posición de rezo.

-Le consultaré, pero no prometo nada—Angel la abrazo y siguieron charlando más animadamente. Desde las sombras un espectro sospechoso escuchaba la conversación, le comunicó inmediatamente a su jefe porque aquellas eran sus órdenes, vigilar a todos y cada unos de los habitantes del lugar, pero no había escuchado toda la conversación, solo que Angel tenía un problema y eso mismo dijo sin vacilar. Alastor tomo la información de mala manera, odiaba que le ocultaran las cosas, menos sus juguetes. Por lo que en la noche lo emboscó en la habitación. Angel sorprendido porque el ciervo estuviera al tanto de su problema, le trato de restar importancia diciendo que no era nada de que se tuviera que preocupar, que el daddy Lucifer lo resolvería. La sonrisa de Alastor vaciló, de sus manos aparecieron unas chispas verdes y unos tentáculos que rápidamente aprisionaron las muñecas del albino dejándolo sin posibilidad de movimiento. Con sus ojos brillando de un color rojo pasión, lo empujó a la cama cercana y con fuerza lo tomo del rostro, apretando las mejillas suaves del contrario.

-A mi nadie me miente en la cara y sale ileso—Angel trago duro del miedo. No quería mentirle, no a él, pero tampoco podía decirle la verdad.

-De verdad, no tienes que preocuparte—trato de sonreír pero la mirada del locutor le provocaba un miedo atroz. Alastor le soltó el rostro y sin pensarlo dos veces lo beso de lleno en los labios, mordiéndolos y succionándolos. Angel le tomó por sorpresa al principio, pero pronto le correspondió de la misma manera salvaje. Se sentía más caliente de lo normal y las caricias de las garras del ciervo no le servían para mitigar aquel fuego. Se colocó encima de él a horcajadas y empezó a restregarse mientras lo besaba y desabrochaba la camisa que portaba. Así llevaban un tiempo, acostándose por los rincones, llenando el enorme vacío que sentían por estar en esa pocilga.

-¿Qué quieres que te haga, daddy?—fueron las lascivas palabras de la araña. Alastor no dijo nada, bajo la cabeza de este con la mano y el albino entendió el mensaje. Desabrochó el pantalón y dejo al descubierto ese gran y suculento miembro que tanto quería. Lo lamió y succionó como el solo sabía hacerlo, con la otra mano tocaba cuanto podía. Alastor lo tomo y lo tiró al lado de él, era su turno de acariciar aquel cuerpo que llamaba por ser tocado. Su pelusa suave, aquellas piernas delgadas, aquel glande, todo era exquisito.

"Nuestro pecado"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora