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La noche fría de noviembre cristalizaba las ventanas. El aire suspiraba, ascendiendo y descendiendo, acariciando las chimeneas humeantes de las casas. La gran luna pintaba de plateado las calles, y los techos; carros y árboles también se argentaban. Las ventanas brillaban desde adentro, con una intensidad dorada. La gran ciudad de Houston dormitaba ese sábado por la noche, excepto por una pequeña casa.

El fuego adormecedor de la chimenea llenaba la sala, donde estaba la familia Flynn.

-Papá, ¿Por qué el viento hace ese ruido?

-Es el viento chocando contra las ventanas, hijo.

-¿Por qué parece que grita?

Por un segundo, el señor Flynn no contestó. Dirigió su mirada hacia la ventana sibilante, y una sonrisita se esbozó en su rostro. Que mejor momento que hacerle una broma a su hijo, como su padre lo había hecho con él.

-En realidad, creo que es momento de que sepas la verdad, hijo. Ya tienes siete años, y necesitarás saberlo, tarde o temprano. Afuera, en las calles frías de Houston, siempre ha estado un hombre acechando por ahí. -La señora Flynn volteó la mirada hacia su esposo, curiosa por la historia-. Su cuerpo es completamente rosa y rugoso. Siempre va encorvado, con su gran giba grande y asquerosa, y con las manos como garras. Sus piernas son cortas, pero vaya, es un diablillo. Nunca nadie lo ha logrado atrapar. Es alguien flaco; con sus costillas visibles hasta en la oscuridad. Sus brazos y sus piernas también son muy delgados, y su rostro parece una calaca. No tiene dientes, en lo absoluto. Pero eso no lo hace menos terrorífico. El nació sin labios; el inferior y superior no los tiene. Y si tú crees que te podrías salvar de él, pensar que estás seguro y salvo, te encuentras equivocado. Sus uñas negras y largas lograrán atraparte si das paso en falso.

El rostro de Michael se trastornó a una palidez brutal, como el color blanco que representa el miedo. El resplandor de la chimenea lo pintaba de un color naranja rojizo, pero en su rostro aún se veía el terror que estaba impregnado por todo su pequeño cuerpo. El señor Flynn empezó a reír de una manera malévola, frente a los infiernos del fuego intenso de la chimenea. La señora Flynn interrumpió con rapidez y enfado.

-¡Deja de asustar a Michael! ¡Le darás pesadillas! -La madre volteó a ver a su hijo. El pequeño temblaba, mirando a la nada. -No te creas nada de esto que te dice tu padre, cariño. Alguien no aprende de los horrores y pesadillas que le impusieron a uno de pequeño.

El señor Flynn la miró satisfecho y empezó a leer el periódico. La señora Flynn encendió la radio y se dedicó a escucharla con paciencia. El pequeño Michael miraba las llamas resplandecientes, perdido en su imaginación. La risa de su padre ahora resonaba en su cabeza, y la imagen de Él o Esa Cosa, merodeaba por los pasillos de su imaginación. Por un momento, se sintió seguro bajo las piernas de su padre, pero cuanto lo dejaran en su cuarto para dormir, la seguridad desaparecería.

Observó el gran reloj de péndulo, y vio que faltaban treinta minutos para irse a dormir. Siguió observando las flamas y esperó. El viento a fuera, seguía silbando, como una tetera que hervía. El reloj seguía su singular ritmo, lento, pero a su vez rápido: Tick-Tack, Tick-Tack, Tick-Tack. Las brasas tronaban, una por una.

-Hey -Un susurro sobresaltó al chiquillo-, Michael. Ten cuidado esta noche. No le quites los ojos a las ventanas -Dijo su padre-.

Michael se quedó perplejo. Miraba a papá con terror. Volteó a ver a su madre, pero ya se había quedado dormida, con la cabeza cabizbaja hacia un lado. De nuevo observó su padre, y ahí seguía la sonrisa grande y maléfica tan cerca de él. Ya no se sentía tan seguro estando solo junto a papi.

Se echó hacia atrás y una risa ahogada se veía en el rostro del señor Flynn. Se levantó y fue hacia donde estaba su esposa para despertarla e irse a la habitación a dormir. Ya eran las once de la noche y necesitaban descansar un buen rato.

-Vete a tu habitación, Michael. Yo levantaré a tu madre y apagaré la chimenea.

Michael se levantó y pasó frente a sus padres. El señor Flynn lo siguió con la mirada. Su sonrisa seguía ahí, pegada. Michael se volteó para dar un último vistazo, y el padre asintió con la cabeza. Podía irse... a las puertas de la muerte.

En el pasillo, Michael sintió como la calidez del fuego se iba extinguiendo. El pasillo ya se sentía frio y un pequeño susurro provenía detrás de él, en la sala. Era su padre intentando despertar a mamá.

Entró a su cuarto y se metió a la cama con delicadeza. Las sabanas heladas acariciaban sus piernas al ir entrando. La gran ventana detrás suya, dejaba entrar luces y sombras. Pero más que nada, sombras que cobraban vida cuando uno cerraba los ojos.

Unas grandes pisadas sonaban arriba, en el segundo piso. Escuchó la puerta de sus padres cerrarse de un portazo. El suave viento se había transformado en un vendaval ligero, pero fuerte como para hacer llorar a las ventanas. Estando en la cama, observó todos los rincones de su cuarto, y se percató de que no había cerrado su puerta. La oscuridad lo miraba directamente a los ojos. La puerta estaba entornada, invitando a los amigos de la imaginación; Sr. Monstruos y Sra. Horrores. Con el miedo en las sienes, Michael sintió que la puerta se estaba abriendo, con una lentitud presa en la tensión. Se cubrió la cabeza con la sabana y empezó a gemir con debilidad. El niño Flynn ahora sentía mucho miedo, y respiraba agitadamente. Afuera, unos pasos se escucharon con fragilidad que cruzaban el pasillo, acercándose hacia su puerta. Michael supuso que solo podía ser imaginación. Cerró los ojos e intentó tranquilizar su pánico. Contó hasta tres, respiró hondo y esperó lo mejor que lo pudiese pasar... 1...2...3...

EL HOMBRE SIN DIENTESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora