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En el interior de la sabana, caluroso por la respiración, se lograba escuchar con claridad el exterior. La puerta había dejado de rechinar, y eso no lo había mejorado todo. El silencio más tranquilo era tan aterrador como el ruido más extraño. ¿Qué podría pasar cuando todo muere, y solo queda algo o alguien? Los pequeños labios tiritaban por el frio que provocaba el miedo. En su cuarto sí había alguien, y eso ya se sentía en el aire. Se sentía la presencia oscura y pútrida de alguien. Una respiración larga y pesada se escuchó afuera de la puerta. Michael mantuvo los ojos fijos en las oscuras sabanas. Una débil pisada se escuchó entrar a la habitación. La madera crujió con calma y lentitud. Después otro paso, igual de tranquilo y casi silencioso. Michael lograba escuchar el tic tac de su despertador de cuerda. Iba muy rápido esta vez, a comparación del otro. Tal parece, también sentía miedo. Esa respiración rasposa e insondable ahora estaba en la habitación, y estaba más cerca ahora, y de eso no se dio cuenta el pequeño. Michael seguía observando con temor las cobijas, sintiendo como el cuerpo se le había hecho tan pesado que, ni si quiera podía moverse. Un gemido largo y espeso resonó en la habitación, creando ecos violentos. El viento había ascendido. Escuchaba los labios del viento chiflar en contra de la ventana, advirtiendo de aquellacosa. La cama ya estaba caliente y húmeda, y Michael no se había dado cuenta de eso. Una tremenda fuerza no lo dejaba levantarse. O tal vez, su fuerza se había desvanecido, y ahora Michael era un blanco fácil para el terror.

Aquella cosa que resollaba de una manera áspera estaba ya junto a él, a un lado de la cama. Los dedos de Michael estaban expuestos, apretando las cobijas. Sintió ese aliento denso y casi muerto muy cerca de sus cuatro dedos de su manita izquierda. Soltó un respingo al presenciar ese halito tan cerca. Sintió nauseas en el estómago. De repente, sintió algo húmedo pasándole entre los dedos, provocándole un cosquilleo. Algo húmedo y frio que estaba saboreándolo. Era una lengua. El gran reloj de péndulo de la sala había estallado al dar las doce de la noche. Tum... Tum... Tum...  Michael sintió como si todo su cuerpo hubiese desaparecido, y solo hubiese quedado su mano, soportando el terror húmedo. La lengua se fue separando lentamente, y la respiración jadeante había vuelto a empezar. Las sabanas se empezaban a levantar de un lado de la cama, y Michael lo sintió. Fue como recibir un toque eléctrico. Su corazón estaba al límite. Apretó con fuerza los labios, y entrecerró los ojos y con rapidez y fuerza. Apartó las sabanas e intentó saltar al lado opuesto de la cama de donde estaba esa cosa. Cuando vio a su izquierda, con los ojos entrecerrados, lo observó. Estaba ahí. Gusanos rosados y otros negros le salían del hombro. Del hueco que tenía, de donde debería estar su ojo izquierdo, le escurría algo naranja. Cayó de la cama y eso saltó, detrás de él, para atraparlo. Michael escuchó un chillido agudo y áspero tras él. Cerró los ojos de nuevo. Cayó al frio suelo y sintió en su pequeño taloncito una pulsada. Después, otra pulsada que apretaba con fuerza su pie. Dio un alarido. Empezó a sentir mucho dolor, y al darse la vuelta y al abrir los ojos, un cuerpo arrugado y rosa estaba...

EL HOMBRE SIN DIENTESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora