La conexión entre jinete y dragón representa un vínculo especial e inentendible para los ajenos a la sangre Targaryen, es un sentimiento propio y distinto para cada par, y que cada compañero humano apreciaba más que cualquier otro sentir. La lealtad de un dragón era para toda la vida, y la conexión podía llegar a ser tan poderosa que muchas veces jinete y dragón compartían sentimientos y corazones. Aegon lo sabía, la conexión entre él y Sunfyre siendo tan fuerte que compartían dolor, amor y anhelo, eran uno mismo, misma carne, misma alma y mismo corazón. Fue por eso que entendió la reticencia de su dragón ante la orden de devorar a Rhaenyra, a asesinarla: Sunfyre sabía que con eso estaba matando en vida a su jinete, que este perdería su fuente de amor, que su corazón sería para siempre arrancado de su pecho. Sin embargo, un poco de sangre y la repentina firmeza de su jinete le instaron a, finalmente, quemar y devorar en seis pedazos a aquella que también era Reina -aunque Aegon la borrara para siempre de la historia, obstinado a mantenerla sólo para sí mismo-.
Sin embargo, Sunfyre devoró a Rhaenyra por orden de Aegon II, no como castigo, sino como una forma retorcida de amor y sentido de posesión. La gran bestia obedeció porque a través de su vínculo entendió que para el Rey Usurpador, su dragón y él mismo eran uno solo, por lo que si su bestia se la comía, ella viviría para siempre etérea en su estómago, y sería una manera de que también viviera en él para siempre. Aegon ordenó que la quemara para que su hermana ardiera con la misma intensidad con que él la amaba y ella nunca lo supo.
El camino a Desembarco del Rey fue largo y físicamente doloroso, pero nunca tan profundamente angustioso y tormentoso como el dolor de su alma y corazón. Terminó con los deberes de la corte y se encerró en su alcoba, sin permitir que nadie se quedara a su lado. Deseaba estar solo, necesitaba estarlo para finalmente realizar lo que deseaba desde que su dragón devoró a la mujer que no se adueñó del trono, pero que sí conquistó su corazón.
Tomó entre sus manos aquel diminuto frasco que antaño perteneciera a su madre, la misma que se lo había dado al momento en que él huyó de Desembarco del Rey, con las sabias palabras de que era mejor morir bajo sus propios términos, bajo su propia mano que ante las órdenes de Rhaenyra. Sabía que su hermana ya no tendría misericordia, no ante la pérdida de tantos de sus vástagos, y la muerte más cruel y deshonrosa posible esperaba por él si ella lo atrapaba. Su madre se lo obsequió con la esperanza de que tuviera una muerte apacible, la única forma que le quedaba para demostrar amor por el hijo que ya ni la miraba, consciente de que arruinó su vida debido a las ambiciones de su padre y al rencor que habitaba en su corazón. Era lo último que podía hacer por Aegon, por su primogénito de ojos tristes, a quien obligó a estar en contra de, quien sabía, era la mujer que realmente amaba. La sangre del dragón era espesa después de todo y Alicent lo sabía, aún cuando siempre se cegara voluntariamente ante la verdad.
Vertió el líquido en su copa de vino, la última que tomaría en su vida y se miró al espejo. Un despojo de lo que una vez fue le devolvió la mirada, del irresponsable Príncipe y del belicoso Rey ya no quedaba nada, su reflejo mostraba solo al hombre demacrado, con demasiadas pérdidas a sus espaldas, con demasiada sangre en sus manos, con demasiada culpa en su consciencia.
Se observó una última vez mientras comenzaba a beber tranquilamente, esperando el momento en que el reflejo le devolviera la misma imagen que desde hace días le acechaba, la única persona que tras su muerte le atormentaba. La vista de la habitación cada vez se tornaba más borrosa, solo la imagen en el espejo permanecía nítida. Entendió que eran sus últimos momentos en este plano, y por primera vez desde que comenzó esa estúpida guerra, sonrió con felicidad.- Le dejaré el trono a tu hijo, querida hermana- le dijo al fantasma que lo miraba a través del espejo, ya no con odio o desprecio, sino que con profundo dolor - Al hijo que llamaste como yo para ofender a mi madre, pero que a mi me llenó de alegría, porque era una forma de estar contigo, de imaginar que era un vástago de ambos y que de alguna retorcida forma me correspondías, que mis sentimientos llegaron a ti- los últimos susurros del Rey no eran escuchados por nadie más que si mismo - Fue estúpido de mi parte ¿Cierto Rhaenyra? Pensar que alguien tan perfecta como tú pudiera corresponder los sentimientos de un inútil como yo. Pero los dragones somos codiciosos y buscamos tesoros; el mío eras tú, y si yo no podía tenerte, ni siquiera este pútrido reino te tendría. Ahora vives dentro de Sunfyre, y él soy yo, por lo que siempre vivirás dentro de mí, si no fue en vida, al menos en la muerte mía serás, mi amada hermana. Te acompañaré en el viaje al infierno, porque no pienso vivir ni un solo momento más en un mundo donde no estés-
“Avy jorrāelan, Rhaenyra” fueron las últimas palabras que pronunció el Rey Aegon II Targaryen, segundo con el nombre, Rey de los Ándalos, los Rhoynar y los Primeros Hombre, protector del reino. El Rey Usurpador. El hombre que quiso seguir a su amada incluso a través de la muerte, aún cuando ella ni en los siete infiernos lo perdonara. Pero un dragón es ambicioso y siempre obtiene lo que quiere.
Y él la deseaba a ella, de todas las formas que fueran. Incluso siendo almas que arderían juntas en el infierno.
Nota:
No es el mejor trabajo de ambos que he escrito, honestamente me enamoré mucho de Bastardos, así que este no terminó de convencerme, pero la idea estaba ahí, así que había que darle forma.Idea triste que va con el canon del libro, me salen más los finales tristes que los felices, quedan advertidos para ideas futuras XD
Hasta nuevo aviso, ya saben, los comentarios siempre hacen feliz a las/los incipientes escritoras/es.
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Bocado de Dragón
Historia CortaSunfyre sabía que al devorarla estaba matando en vida a su jinete, que su corazón sería para siempre arrancado de su pecho. Aegon ordenó que la quemara para que su hermana ardiera con la misma intensidad con que él la amaba y ella nunca lo supo.