Prólogo

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Antydeas, era una de las tres ciudades amuralladas del reino, de gran extensión, y como en toda ciudad de esta característica, las grandes puertas en sus entradas se cerraban durante las noches, aislándola de cualquier visitante o intruso. Esta ciudad estaba dividida en dos sectores, el centro, donde se ubicaba la segunda Catedral más importante del reino después de la construida en la capital, además de sus alrededores, donde se establecía la nobleza y los negocios más importantes, que abarcaban una quinta parte del territorio; y el segundo sector, que estaba ocupado por una multitud de viviendas que formaban calles estrechas y empedradas, además de la existencia de numerosos barrios.

En este segundo sector, las tabernas eran los negocios más comunes, a estos lugares concurrían, mayormente, las personas, luego de largas jornadas de trabajo en los campos de cultivo situados fuera de la ciudad.

Ya había transcurrido alrededor de una hora desde que se había puesto el sol, las tabernas en los distintos puntos de la ciudad, ya se encontraban con sus primeros visitantes.

A uno de estos negocios, ingresó cierto hombre, tenía un aspecto descuidado, su negra cabellera le llegaba a la altura de los hombros, vestía un polo desgastado, un pantalón con múltiples costuras que saltaban a la vista... "seguramente no puede comprar otros", pensarían quienes lo vieran; traía además un viejo cinturón y botas, que completaban su vestimenta.

El hombre parecía haber estado bebiendo con anterioridad, su manera tambaleante de caminar lo delataba.

Ante la mirada de los pocos presentes, avanzó hasta la barra, que hasta ese momento estaba vacía, cogió una de las sillas y se sentó, apoyando los brazos sobre la madera.

En una esquina de la taberna, otro sujeto, sentado en solitario, y con una sola copa de licor sobre su mesa, observaba con mucha atención a aquel hombre. Este, a diferencia del recién ingresado, vestía trajes más acordes con pobladores de la zona.

El tabernero se acercó a este hombre de pobre aspecto, que tenía la cabeza agachada.

— Un vaso de cerveza —le oyó decir.

Sin responder nada, el tabernero trajo lo que se le pidió.

El hombre, cogió el vaso de cerveza y tomó un sorbo, para luego volver a dejarlo sobre la mesa.

— ¿Qué es esto? —preguntó.

— Cerveza —respondió el tabernero sin titubear.

— Esta porquería no puede llamarse cerveza, yo te pedí un vaso de cerveza.

— Es un vaso de cerveza —insistió el hombre mayor.

En ese momento, el desaliñado sujeto lanzó con fuerza el vaso de cristal contra una pared.

Las pocas personas que estaban en el lugar voltearon a verlo, sorprendidos por aquella reacción.

El sujeto sentado en la esquina, continuaba viendo fijamente al hombre que estaba comenzando a alborotar el lugar.

— ¡¿Le llamas cerveza a esa basura que acabas de darme?! —esta vez, el hombre comenzó a alzar la voz.

— O-Oiga, tranquilícese —el tabernero entró en nerviosismo, tratando de calmarlo, haciendo un gesto con ambas mano.

— ¿Acaso quieres que yo mismo me encargue de buscarlo? ¡¿Hah?!

— Ya le dije q-que eso es cerv...

El tabernero no pudo terminar de hablar, pues se vio sorprendido por un fuerte golpe en el rostro, haciéndolo caer hacia atrás, y rompiendo varias botellas de licor puestas sobre un estante de madera.

Astra Vol. 06Donde viven las historias. Descúbrelo ahora