Isabel.
—No te mataría ser un poquitín más agradable —reprocho.
Wes se encoge de hombros y sigue repartiendo el queso rallado por los panes abiertos a la mitad.
—No tengo la menor idea de qué me hablas.
—Hablo de Leo. Tienes que parar.
Me mira sin un ápice de arrepentimiento.
—¿Por qué? De pequeño me enseñaron que hay que ser honestos en esta vida. ¿Preferirías que mienta?
—No, pero para eso se inventó el arte de ser sutil. No tienes que fingir que sois mejores amigos, pero podrías... disimular. Al menos cuando Leo esté presente.
Abro la puerta del horno para que pueda maniobrar con más facilidad. Lleva una bandeja gigante entre las manos, y los panini que hemos improvisado en diez minutos pueden acabar en el suelo como no lo ayude.
—Tampoco he dicho nada desagradable —insiste.
—No es lo que has dicho, sino el cómo, y lo sabes perfectamente. Has espantado al pobre chico del apartamento.
—¿Ofreciéndole que se quedara a cenar?
—Insinuando que ibas a meterlo dentro del horno.
Wes pone cara de ofendido, pero no lo niega.
—Eso es si no nos roba el horno antes —dice con ironía.
—¡Wes!
—¿Qué pasa? Ya sabes lo que pienso de él.
—Y me parece terriblemente injusto —protesto—. Jamás ha hecho nada que dé a pensar que tiene malas intenciones. Leo me parece un chico estupendo; deberías estar contento de que haya encontrado alguien con quien me lo paso bien.
—Es que no deberías pasártelo bien con él, abuela. Se supone que viene a limpiar la casa.
—Y la limpia. Así que hasta que no veas pelusas desperdigadas por el suelo, no tienes razones para quejarte. ¿Cuál es el problema con que luego hablemos un rato?
Wes resopla.
—Que seguro que te da conversación para enterarse de cuáles son tus claves del banco y dejarte sin dinero.
—Eso suena bastante clasista —le regaño.
—No es ser clasista, es ser precavido.
—Pues ha sonado clasista. Y no te preocupes, que no voy a darle ninguna clave del banco a nadie. Más que nada, porque no me las sé. Perdí el papel donde las tenía apuntadas.
Una expresión de terror se dibuja en su rostro.
—¡Abuela!
—Es broma, tonto. Pero ya está bien de cuestionar las decisiones que tomo. Necesitaba ayuda con el piso y contraté a Leo para que me ayudase. He tenido suerte y resulta que no solo hace su trabajo, sino que tenemos mucho en común.
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Una trama navideña.
RomanceA sus setenta años, Isabel no ha perdido la esperanza de volver a enamorarse. Es la organizadora de un club de lectura de romance y está pasando diciembre a la espera de un milagro navideño, uno que llega cuando Ángel Noriega, el escritor del que se...