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Luego de su salida al parque, Yeonjun no había querido despegarse de Soobin. Cada vez que llegaba a la biblioteca, arrastraba una silla y la posicionaba frente al escritorio del rubio, tomaba un libro y se mantenía en silencio, él leyendo y Soobin trabajando.
Soobin no podía molestarse, si Yeonjun quería estar cerca, no se lo iba a impedir, además, le había puesto algunas condiciones antes de ceder a que pasara todo el tiempo cerca, siendo una de ellas, que se mantuviera tranquilo y en silencio.
Yeonjun se removía emocionado ocasionalmente, y es que tener a Soobin enfrente siempre era algo mágico y agradable para él.
Ese día, Beomgyu había faltado porque se reportó enfermo, pero Soobin no le creía, podría jurar que cuando le llamó para excusarse, escuchó la voz de Taehyun al fondo. Tomando en cuenta que no habían muchas personas, decidió no reprenderlo por mentirle, pero si en otra ocasión volvía a hacerle lo mismo, no dudaría en regañarlo. Suspiró sonoramente y se levantó de su asiento, llamando la atención del pelinegro que se mantuvo entretenido desde hace ratos escribiendo cursilerías en pequeños y cuadrados papeles de colores, pegándolas al rededor de la computadora de Soobin, totalmente en silencio, solo escuchándose su suave risa aniñada.
—¿A dónde vas?—no tardó en preguntar, dejando su lápiz a un lado para prestarle atención al mayor.
—Solo iré a acomodar algunos libros—respondió con simpleza, viéndose aburrido.
—¿Quieres que te ayude?—pestañeó varias veces sin apartar la vista de él.
—Uhm, no, quédate aquí en silencio, no tardaré.
Yeonjun hizo un puchero y lo vio alejarse. Estuvo quieto durante unos segundos viendo hacia la silla de Soobin y una sonrisa se formó en sus labios. Se levantó y se sentó en esta, moviéndose de lado a lado gracias a las ruedas que se lo facilitaban, recorrió con su vista la orilla de toda la pantalla de la computadora, sintiéndose orgulloso de todos los mensajes bonitos que había dejado pegados.
La campana de la entrada sonó y sus ojos viajaron rápidamente hacia la persona que entró. Frunció un poco el ceño y entrecerró los ojos, sintiéndose levemente amenazado, vio la hora en su reloj, y efectivamente ya era hora de que apareciera.
—Jun, hola—Jimin lo saludó con una sonrisa, pasando por alto la mirada del pelinegro.
—Hola, Park—su voz salió neutra.
—¿Soobin no vino hoy?
Asintió.
—¿Podrías decirme en donde está?
—Cualquier cosa que quieras decirle, dímela a mi y yo le diré, porque como ves, estoy en su silla, lo que me convierte en el encargado mientras él no está cerca—acomodó sus lentes, tratando de lucir profesional.
Jimin lo pensó unos segundos y lo miró un tanto confundido, prestando un poco más de atención en el tono de voz en el que le hablaba.
—¿Sucede algo?—Soobin se acercó cargando un par de libros.