2: La Cena de Bienvenida

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Habían pasado dos semanas desde mi primer encuentro con Hasen en la iglesia, y debo admitir que, aunque intenté enfocarme en mis actividades diarias, no podía dejar de pensar en él. Nos habíamos mensajeado un par de veces, conversaciones ligeras que me dejaban siempre con ganas de saber más.

Finalmente, un sábado por la tarde, me llamó para invitarme a cenar. Dijo que quería agradecerme por haberlo recibido tan amablemente en la iglesia y mostrarme un poco de la gastronomía de su país. Aunque estaba nerviosa, acepté con entusiasmo.

Aquella noche, al llegar al pequeño departamento que Hasen había alquilado, fui recibida por una cálida mezcla de aromas especiados que nunca antes había experimentado. Me abrió la puerta con una sonrisa y, por un instante, me quedé absorta observando su vestimenta tradicional africana, un atuendo colorido y elegante que realzaba su presencia imponente.

—Bienvenida, Artemisa. Espero que tengas hambre —me dijo mientras me guiaba al interior.

—Huele delicioso. No sé qué estoy oliendo, pero ya me encanta —respondí riendo, tratando de disimular mis nervios.

La mesa estaba decorada con sencillez, pero con un toque de elegancia que me sorprendió. Había preparado varios platillos típicos de Ghana, como jollof rice, banku y tilapia a la parrilla. Nos sentamos frente a frente, y mientras probábamos los distintos manjares, la conversación fluyó con una naturalidad que jamás había sentido antes con otra persona.

—¿Cómo fue para ti mudarte tan lejos de tu hogar? —pregunté, curiosa por entender más sobre su vida.

—No fue fácil al principio, pero siempre he creído que para crecer, hay que salir de la zona de confort —respondió, mirándome con esa intensidad que hacía que mi corazón se acelerara. —Y luego, uno encuentra pequeñas joyas en el camino que hacen que todo valga la pena.

No pude evitar sonrojarme ante sus palabras. ¿Era posible que estuviera hablando de mí? Antes de que pudiera responder, él continuó.

—Cuéntame de tu familia, Artemisa. ¿Cómo es tu relación con ellos?

Suspiré antes de responder, sabiendo que esa era una pregunta complicada.

—Es... buena, en general. Mis hermanos, Abraham y Adrian, son geniales, aunque a veces pueden ser un poco fastidiosos —dije riendo. —Pero mi padre es... bueno, digamos que es un poco estricto, especialmente cuando se trata de relaciones.

Hasen asintió con comprensión, pero antes de que pudiera profundizar más, su teléfono sonó. Se disculpó y se levantó para atender la llamada, dejándome sola por unos minutos. Mientras esperaba, no pude evitar sentir un nudo en el estómago al pensar en cómo mi padre reaccionaría si supiera que estaba cenando con un hombre como Hasen. Sabía que no sería una conversación fácil.

Cuando regresó, su expresión se había ensombrecido un poco.

—¿Todo bien? —pregunté, preocupada.

—Sí, solo problemas de trabajo. Pero no dejemos que eso arruine nuestra noche —dijo, recuperando rápidamente su sonrisa.

Continuamos hablando hasta bien entrada la noche, compartiendo historias, risas y sueños. Por primera vez en mucho tiempo, sentí que podía ser yo misma, sin juicios ni expectativas. Antes de irme, Hasen me tomó suavemente de la mano.

—Artemisa, realmente disfruté esta noche. Me encantaría verte de nuevo, si te parece bien.

—A mí también me encantaría —respondí, con una sinceridad que me sorprendió.

Nos despedimos con la promesa de otro encuentro, y mientras caminaba de regreso a casa, me invadió una mezcla de alegría y ansiedad. Sabía que estaba cruzando una línea que mi padre jamás aprobaría, pero no podía negar lo que sentía.

Cuando llegué a casa, el reloj marcaba la medianoche. Traté de entrar en silencio para no despertar a nadie, pero apenas crucé la puerta, me encontré cara a cara con mi padre, quien me esperaba en la sala con una expresión severa.

—¿Dónde estabas, Artemisa? —preguntó con voz firme.

—Fui a cenar con un amigo —respondí, tratando de mantener la calma.

—¿Un amigo? ¿Quién es ese amigo? —insistió, y pude ver la sospecha en sus ojos.

Me quedé en silencio, dudando si debía mencionar a Hasen. Finalmente, tomé aire y me armé de valor.

—Se llama Hasen Yeboah. Es un chico que conocí en la iglesia.

El rostro de mi padre se endureció al escuchar su nombre extranjero. Sabía que él no aprobaría que me relacionara con alguien que no compartiera nuestra cultura y valores.

—Espero que no estés pensando en seguir viendo a ese hombre, Artemisa. No tienes nada en común con él. No permitiré que te mezcles con gente que no conocemos ni comprendemos.

Sentí un torrente de emociones, entre la rabia y la tristeza. ¿Por qué no podía ver que yo era capaz de tomar mis propias decisiones? Pero en lugar de discutir, simplemente asentí y me retiré a mi habitación, dejando las palabras que quería gritar atascadas en mi garganta.

Sabía que esto era solo el comienzo de una batalla que pondría a prueba no solo mi relación con Hasen, sino también los lazos con mi propia familia.





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Amarlo a escondidas. (Corazones rotos: 0.5). Donde viven las historias. Descúbrelo ahora