Damat Ibrahim

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Fueron siete días de celebraciones por la unión de la sultana Hatice con el poderoso Damat Ibrahim Pasha. Días de música, banquetes y bailes. Pero la alegría era un velo que ocultaba tormentas. La luna de miel había terminado, y cinco meses después, el esposo regresaba a la capital. Estambul volvía a ser su campo de batalla.

—Paseamos en barco... El mar estaba tan tranquilo —narraba Hatice con una sonrisa dulce, sentada junto a Hürrem y la Valide Hafsa.

—Sí, el mar de Mármara es sereno... —respondió Hürrem con voz suave, conteniendo pensamientos más turbulentos que esas aguas.

—Me alegra verte feliz, hija mía. Se nota que disfrutaste tu viaje —comentó Hafsa con ternura.

—Fue perfecto —dijo Hatice, con una sonrisa que se apagó de pronto—. Aunque… al volver, algo me turbó.

—¿Qué ocurrió? Allah mediante, todo se solucionará —dijo Hürrem, buscando conexión con su cuñada.

—Sí, tiene solución… dentro de siete meses la solución estará en mis brazos.

Los ojos de Hafsa se iluminaron.

—¿Estás diciendo que…?

—Estoy embarazada —anunció Hatice con una alegría vibrante.

Hürrem fue la primera en reaccionar. Se abalanzó sobre ella, la abrazó con fuerza, aunque algo en sus ojos se apagó al instante. Luego Hafsa las envolvió a ambas con sus brazos.

—¡Allah es el más grande! —exclamó la Valide.

—¡Esma! —llamó Hürrem—. Dile a Daye que repartan oro y dulces en el harén. La sultana Hatice está en cinta.

—Felicidades, mi sultana. Ya mismo cumplo su orden, Majestad.

—Trae sharbat. Hoy celebramos —dijo Hürrem con una sonrisa forzada. Y mientras todos festejaban, ella bebía el dulzor con amargura. No por celos, sino por lo que esa unión sellaba: una alianza irrompible entre su enemiga más peligrosa y la única persona que alguna vez consideró su amiga.

 No por celos, sino por lo que esa unión sellaba: una alianza irrompible entre su enemiga más peligrosa y la única persona que alguna vez consideró su amiga

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Mientras tanto, en la sala del Diván, la atmósfera se teñía de expectativas. El sultán había convocado al consejo tras su larga ausencia, y los murmullos eran inevitables. Sanjakbeys y pashas conversaban en voz baja, creyendo que nadie los escuchaba.

—¿Qué hace aquí el veneciano otra vez con ese aire de superioridad? —susurró el viejo sanjakbey de Rakka.

—Dicen que el sultán piensa premiarlo aún más... como si no tuviera ya suficientes títulos y privilegios. Se comporta más como un príncipe que como un siervo —respondió otro entre dientes.

—Ibrahim Pasha cree que el Imperio es un juego de ajedrez... y él es el único que sabe mover las piezas —añadió un tercer hombre, con desdén.

Un leve codazo de Okhan Mehmed Pasha hizo callar a Ahmad Bey cuando Ibrahim entró con su majestad, altivo, como si ignorara las miradas que lo seguían.

Serpiente Rusa |En Edición|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora