🌲 Prólogo 🌲

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1382 d

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1382 d. C.

—Una criatura nacida al otro lado del océano, hija del Sol, llegara a estas tierras. Y doblegará a la bestia que será capaz de derramar ríos de sangre por ella —declaró la anciana más antigua de la manada, helando la sangre de todos los presentes.

1387 d. C.

La mujer guardó apresuradamente aquellos objetos indispensables, luchando por reducir la cantidad. Nunca volverían y lo que no se pudiera llevar, debía destruirlo, pero era tan difícil.

Tragó saliva antes de prender fuego a la pila de libros, siglos de investigación de sus ancestros, conocimientos que residirían únicamente en su memoria, al menos hasta que la bebé en sus brazos creciera lo suficiente para transmitírselos.

Era una tragedia, sin embargo, una menor de la que ocurriría si no salía pronto de la propiedad.

Con una mirada cargada de determinación por vivir, observó como las ultimas hojas se convertían en cenizas, antes de colocar un saco bajo su brazo, y a su hija en el otro.

Corrió por las calles empedradas. La oscuridad de la noche fue su aliada, solo se paró cuando escuchaba a algún borracho a lo lejos, todos aún demasiado confiados en que dormiría en su casa, esperando un amanecer en el que la buscarían para sacarla, juzgarla de brujería y quemarla en una hoguera con su hija de apenas un par de semanas... ese habría sido su futuro de no ser por un viejo amigo de su difunto esposo, amigo que si bien no evitaría públicamente ese trágico final, si alerto a la joven viuda, que rápidamente se movilizó.

Dara tenia gente, sus padres hacía tiempo que habían muerto, pero no la dejaron sola. Más mujeres como ella y su madre... brujas —mejor conocidas—, de vez en cuando organizaban barcos para transportar a unas cuantas, únicamente regresaban dos, dos para guiar el camino. El resto nunca volvían.

No había otra opción.

Después de la muerte de sus padres pensó en subirse a ese barco, pero poco hablaban del lugar al que iba, por seguridad no daban información hasta que ya estuvieran dentro, con la tenaza de la incertidumbre clavada en su estómago, no se atrevió a embarcarse. Poco después conoció a un comerciante del que se enamoró profundamente, tanto ella como él; la niña fue fruto de su amor, lástima que el padre no llegó a verla; murió de una enfermedad tan atroz que ni Dara pudo curar.

Ya no tenía la opción de acobardarse.

Debía seguir corriendo para llegar al muelle antes del amanecer.

Si no se subían a ese barco, morirían.

Las calles estaban envueltas en una negrura, solo interrumpida por la luz de la luna.

El corazón parecía querer salirse de su pecho cuando llego.

No sabía cuál de las embarcaciones era, por lo que buscaba desesperadamente una melena pelirroja con canas.

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