20. Oriónidas

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Era el momento, ya sabía.
El cielo era maravilloso, contemplaba la caída de las Oriónidas, una tras otra, inagotables.

Ella miró directamente a mis ojos, sin temor alguno le sostuve la mirada. Sonrió, dulce y siniestra. Educado, respondí también con una sonrisa en el rostro.

Caminó hacia mí, se abría paso entre el tropel de desdichados. Yo era el siguiente.

Nunca pensamos que la vida puede durar tan sólo un segundo, creemos tener la garantía de que siempre hay un mañana e incluso nos damos el lujo de olvidar lo que es importante.

Pero la muerte nos buscará, nos hallará y nada podremos hacer, estamos frente a ella.

Se lleva a nuestros seres más amados, a los que cada día tratan de hacer un mundo mejor para propios y extraños.

Quiero pensar que morir es como un sueño profundo del que no se despierta fácilmente, pero que algún día, nos volveremos a encontrar, miraremos la luz del nuevo amanecer y sentiremos el viento golpeándonos la cara. Quiero pensar que aunque a veces el cuerpo sufre, el alma descansa cuando muere. El alma permanece inmaculada y trasciende. Vuelve al lugar al que pertenece, quiero decir, vuelve a casa, donde florece si nunca es olvidada.
Morir no duele, salva.

Pero la vida de quienes permanecemos despiertos, duele.
Los hábitos y manías, duelen.
Los recuerdos, las risas, duelen.
Cada amanecer, duele.
Persistir, duele.
Y no sanamos, solamente aprendemos a sobrellevar esta ausencia y continuar con dolor en el alma.

AlúmenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora