La mañana pintaba a ser normal, justo como cualquier otro domingo sin escuela y sin deberes, todo marchaba normal, relativamente. Revisaba mis redes sociales cuando mi olfato percibió un aroma desagradable a la lejanía. Mi habitación se había infestado de un aroma demasiado penetrante, extraño y alarmante al mismo tiempo, a mis papás no les gustaba el té, fuera de cualquier tipo. Solté una maldición en algún idioma que posiblemente no exista cuando me golpee el dedo chiquito del pie, todo por salir corriendo descalza. Preparar el té significaba una cosa. La abuela de Inglaterra, quien se creía una gran monarca estaba sentada en la sala, pies juntos, mentón alzado, vista al frente, todo en ese mismo orden, al derecho y al revés. Daba pequeños sorbos sigilosos a su tecito que seguramente mi padre le había preparado, como toda una princesa de cuentos hacia ademanes raros. A excepción de que nunca tuvo su final feliz, y que tiene la cara arrugada. Es cruel burlarme de ello, pero su actitud solía ser fastidiosa para mi gusto. Así que intentaba emprender mi huida, patitas pa' que las quiero. El volver sigilosa a mi habitación era pan comido, encerrarme y hacer como si yo no existiera durante su estadía, desde las escaleras no podrá verme, pensé ilusamente. La curiosidad mató al gato decían. No seas chismosa, decían.
Me reproché al desafiar sus instintos reptilianos, oí el carraspeo bastante neutro y por supuesto demandante desde mi escondite, claramente incitándome a acercarme hasta su presencia, era como la divinidad de la familia. Frustrada patee al aire ante mi fracaso, después de haberme visto las películas de indiana Jones, claramente le había fallado. Bajé descalza cada escalón, intercambiando miradas con mis padres. Yacían sentados en uno de los sofás que adornaban la sala, el ambiente se notaba cargado, con mi llegada diría que interrumpió la conversación tan importante que tenía lugar momentos atrás. Casi puedo asegurar que fui capaz de escuchar un grillito cantar por el silencio incomodo que se había formado.
¿Qué hace ella aquí?
Traté de hacer contacto por medio de la telepatía con mis papás. Ni de chiste iba a funcionar, pero tenía que intentarlo.
Mi madre estaba sentada a lado de Papá, si es que un metro de distancia se consideraba cerca en el idioma de la abuela; Su personalidad apacible y sonriente se veía afectada por la incomodidad del momento. Mi abuela seguía sin aceptarla como la esposa de su hijo, por ser una simple mortal y no tener la sangre azul como ella, y eso reforzaba más mis sentimientos de rechazo hacia ella.
Sentí el frio del mármol debajo de mis pies al llegar al último escalón, fui capaz de detectar una mirada pesada sobre mi cabeza, la abuela analizaba mis piecitos deformes; porque ella no mira, ni observa, ella analiza la situación, te da una posible solución, o más bien una orden y la cumples. Esta ocasión lo dejó pasar y se reservó sus comentarios, solo arrugó aún más el rostro. Perecía tener un gusano en la frente.
—Hola abuela, — fingiendo una clara alegría que no existía cerré los ojos e incliné mi cabeza en una reverencia rápida. Odiaba hacer eso. La mayoría de las veces me hacia la demente para no realizar ese ritual, deje un beso apresurado en su mejilla bastante blanquecina, su perfume me acompaño unos metros después de separarme.
— Hola, querida. Respondió al fin.
Sip, igual de seco que los limones de taquería. Si se imaginaban un encuentro efusivo, abrazos y regalos para su única nieta, Sintax ERROR. Sería un fallo en la matrix, el día que Tom se come a Jerry, cuando Jack sube a la tabla junto a Rose, en definidas cuentas, ¡ESO NO VA A SUCEDER! Inserten música dramática.
Me encontré con los ojos saltones de papá cuando me recompuse, su pulcro traje gris lo hacía verse guapo, que va... mi padre era un papasito. Siempre que se sentía presionado trataba de hacer contacto visual con los primeros ojos que encuentre, en este caso se encontró con mis ojitos color caquita, digo, café; no era normal verlo así, solo ocurría cada que nos visitaba ella. Es decir, cada milenio, o cuando se aburria en Inglaterra. Me erguí de nuevo, me senté lejos de nuestra visita; que dicen las malas lenguas es la madre biológica de mi papá.
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El último tren del olvido.
Teen FictionHana creia fielmente que su monotona vida estaba perfecta tal y como estaba. Ironicamente alguien no estaba de acuerdo, y sea quien sea ese alguien no soportaba a las chicas que se intoxicaban con el alcohol tan facilmente.