El regalo ausente

20 6 4
                                    

25 de diciembre de 2030

Hoy emprendí viaje al Castillo de la Orden Mágica Norte tras una convocatoria de urgencia. Dejé mi ejército al mando del teniente Murphy. No me habían dado detalles, solo me habían hecho saber que llegara cuanto antes. 

Al entrar al Salón de Asamblea, aquel lugar bañado de plata y cubierto de diamantes, se encontraban todos los ministros sentados en una enorme mesa redonda. Pero tan pronto como entré, encontré los ojos del Rey del Norte. Estaba inquieto. Dejé mi casco a un lado, incómoda, e hice una reverencia.

—Siento la tardanza, su alteza.

—No te preocupes —Su tono de voz no reflejaba tranquilidad—. Toma asiento. Estábamos esperando por ti.

La mirada del Ministro de Trabajo me perseguía mientras tomaba asiento. Solía ser muy puntual, y esas actitudes me avergonzaban. Bajé la cabeza.

—Buenas tardes —comenzó un sujeto que desconocía. Por su aspecto de oficial podía deducir que no era mágico. Dirigí mi mirada a la Ministra de Educación que, al verme, levantó uno de sus delgados dedos con esas uñas del tamaño de mi palmo hacia su boca—. Los hemos convocado para una asamblea urgente pese a los disturbios en el Reino Sur.

»Los adolescentes que han superado la mayoría de edad este año han tomado posesión del Reino por su demanda a la ausencia de regalos este veinticinco. Al cumplir los dieciocho recientemente, la Ley sobre los Regalos Mágicos solo permite hacer entrega de regalos a los menores de edad.

—¿En qué está involucrada la Policía No Mágica? —se atrevió a preguntar la Ministra de Economía.

—Sus padres demandan sobre toda nuestra tierra por su desaparición. Sus protestas se nos han ido más de las manos de lo que hemos creído. Parece que no será fácil desalojar a los jóvenes de aquellas tierras que no son nuestras sin su ayuda.

—Nosotros no estamos relacionados al Reino Sur. En todo caso, la Policía No Mágica podría actuar sobre el Reino —propuso el Ministro de Trabajo que, al verlo hablar, el oficial no-mágico lucía algo incómodo. Seguro era la primera vez que se encontraba cara a cara con un gigante.

—Eso ha sido nuestro primer instinto. Hemos enviado tropas para razonar con los adolescentes, pero ha sido imposible. Hemos llamado a sus elfos para ayudarnos a mediar, mas solo reclaman algo que no podemos darles.

—¿Qué es eso? —interrumpí—. ¿Qué es ese algo que buscan?

—Buscan a Santa Claus.

El silencio se apoderó de la asamblea. El mayor secreto mágico que hemos guardado durante siglos no podía salir a la luz. Sería una catástrofe, incluso podía anticipar una guerra con los seres mágicos y no-mágicos.

Santa Claus nunca antes había existido. Era un convenio entre el pueblo no-mágico y mágico para generar paz entre los pueblos de organizar todos los veinticinco de diciembre una entrega de regalos del gobierno para ser repartidos por los elfos. 

Con el tiempo, nuestros ancestros crearon una figura representativa que dirigía a todos elfos, Santa Claus. Los rituales y demás vinieron solo con el tiempo.

—¿Qué haremos? —cuestioné.

—Por eso estamos reunidos aquí, para definirlo.

Me apoyé sobre el respaldo, perdiendo la compostura que identificaba a los míos. Estaba abatida. No podíamos pelear contra los humanos. Desencadenaría a una catástrofe capaz de destruirlo todo. 

—Creo que no hay otra solución que pelear —volvió a hablar el Ministro de Trabajo.

—¡No! —clamé—. Mis tropas tienen familia, amigos. No dejaré bajo ninguna circunstancia que peligren por un capricho de unos niños.

—¿Tienes una idea mejor? —escupió el gigante.

—Yo sí —interrumpió el rey—. Había pensado que deberíamos darles lo que quieren.

—Pero, ¿cómo? —cuestionó el Ministro de Salud.

—Creando una ilusión.

Todos los presentes menos el sujeto no-mágico dirigieron su atención hacia mí. Tenía el poder de la ilusión. El rey seguro pensaba en que creara una ilusión de Santa Claus para convencer a los adolescentes de despojar las tierras.

—¿Qué opinas, general Albilon?

—Puedo hacerlo —asentí.

—Pues, en marcha.

[...]

Me encaminé a montar uno de los caballos alados. Me acompañaba el teniente Murphy en caso de que algo saliera fuera de lo esperado. Me despedí de los ministros, el rey y el oficial. 

—Confío en ti —aseguró el rey.

Fue un corto trayecto, puesto que el Reino Sur se encontraba a pocos kilómetros de nuestra isla. Desde los cielos se podía presenciar el descuido que tenía en esos momentos. Humanos tenían aprisionadas a las hadas, y a las sirenas les habían obligado a salir del agua. Busqué a los grifos, pero no estaban presentes. 

De pronto, en medio del tumulto de gente, visualicé a la Reina Sur aprisionada en el castillo. Imaginé su angustia al ver que su reino había sido invadido. Debíamos liberar a los elfos también, que intentaban desatar fallidamente a la reina. 

Descendimos cerca del mar, alejados de las personas, y me concentré en crear una ilusión. La ilusión del Santa Claus que ellos esperaban. Apareció frente a mí y lo dirigí al castillo con la ilusión de un trineo volando por el cielo.

Pronto obtuve la atención que esperaba. Los adolescentes fijaron su mirada sobre sus cabezas y mi ilusión descendió en medio de ellos. No podía ver sus rostros, pero podía percibir que lucían asombrados. 

—¡Santa Claus! —escuché por medio de la ilusión. Era momento de decir lo que necesitaban oír.

—Pequeños míos, cómo han crecido —habló con ternura—. Veo que han causado problemas.

—Necesitábamos hablar contigo —respondieron—. Nuestros regalos no han aparecido. Hemos sido buenos, pacientes, ¿pero así nos pagas? 

—Queridos, están buscando sus regalos en el lugar equivocado. 

—¿Pero en dónde los has dejado? —reclamaron.

—No comprenden. Los regalos que han recibido no son del tipo que viene empaquetado. Están rodeados de personas que los aman, que se preocupan por ustedes. Cuando eran niños, no llegaban a comprenderlo. Pero ahora espero que miren a su alrededor y logren ver lo afortunados que son. ¿Harían eso por mí? —Guiñó.

Los adolescentes dejaron su equipamiento y desataron a la reina como a todas las criaturas mágicas. 

—Debo irme, pero recordaré que han madurado para poder ver sus errores. ¡Feliz Navidad!

Santa Claus se subió al trineo y desapareció entre las nubes. El teniente Murphy tomó mi hombro.

—Buen trabajo.


You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: Jan 16, 2023 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

El regalo ausenteWhere stories live. Discover now