Le encantaba verlo dormir, era hermoso. Sus cabellos rubios caían hacia un lado dejando unas ondulaciones que, a ella, le parecían muy sexys. Bueno, a decir verdad, amaba mirarlo en todo momento. Podía pasarse horas, pero aún no comprendía, en qué instante comenzó su obsesión, su amor incondicional. En las mañanas lo acompañaba cuando se afeitaba, cepillaba sus dientes y se bañaba en ese perfume que tanto le gustaba antes de marcharse a trabajar.
Durante el día lo esperaba ansiosa, sabía que al caer el sol regresaba. Algunas noches, mientras miraba una película, ella apoyaba su cabeza en su hombro y aspiraba profundamente para captar su olor embriagador. Lo necesitaba, lo quería y esta noche sería completamente de ella.
—Andrés, tengo miedo —dijo el joven al auricular del móvil cuando contestaron la llamada—. Desde que la atropellamos, siento ruidos extraños en casa y me persigue un olor putrefacto en todo momento. —En la línea sonó una interferencia—. Andrés, temo que algo malo está pasando...