Capitulo tres:

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Capítulo 3:
-Muy bien por usted.
Manny Mendes estaba impaciente; deseaba escuchar lo que aquel hombre tenía que decirle.
-Cuando buscamos en la base de datos de personas desaparecidas en California en los últimos meses y dimos con su caso, no creímos obtener resultados tan pronto -explicó mientras se apoyaba contra el respaldo de la silla.
-¿Están seguros de que se trata de la misma persona? -No quería pensar que su viaje hasta allí había sido en vano.
-Por completo; hemos visto las fotografías y, aunque la muchacha está bastante desmejorada, sin duda es la misma.
Manny Mendes respiró hondo. Una sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro; después de tanto tiempo había comenzado a reír nuevamente.
-Quisiera verla.
-Podemos ir ahora mismo, si quiere. Acabo de llamar al hospital, y el doctor me ha informado de que ya ha despertado.
Ambos se pusieron de pie y abandonaron la oficina con rumbo al hospital. Manny sintió, entonces, que una luz blanca, radiante y poderosa se abría ante él después de haber estado caminando a través de un túnel oscuro y desolador.

No era la primera vez que despertaba, pero, aún así, aquel cuarto impecablemente limpio y pintado de blanco le seguía pareciendo un lugar extraño. Todo le parecía raro; desde las enfermeras que se acercaban para cambiarle el suero o para constatar su estado, hasta los médicos que pasaban a verla y preferían guardar silencio cada vez que ella los acosaba a preguntas. Nadie quería explicarle lo que estaba haciendo en aquel lugar. Nadie le contaba por qué había ido a parar a aquel hospital. Intentó encontrar las respuestas a esas mismas preguntas dentro de su cabeza, pero fue inútil.
Se movió en la cama y, entonces, vio la marca en sus muñecas. Pasó la yema de los dedos por la línea roja que apenas comenzaba a cicatrizar. Movió las piernas y la invadió una punzada de dolor; tuvo la sensación de que mil agujas se clavaban en la planta de sus pies. Tironeó de las sábanas y se cubrió la boca con la mano para no gritar. El dolor era apenas soportable y, no era para menos, tenía los pies terriblemente hinchados, y se podía ver un hilo de sangre seca sobre las vendas.
Volvió a cubrirse y apoyó de nuevo la cabeza en la almohada. ¿Qué había sucedido con ella? ¿Por qué no lograba recordar cómo había terminado lastimada de aquella manera?
Una enfermera entró a su habitación. Le sonrió y levantó las sábanas.
-¿Te duele? -preguntó.
-Sí, bastante.
-Bien, te traeré un calmante y enviaré a alguien para que te cambie el vendaje -le respondió mientras revisaba sus pies.
-¿Podría decirme qué fue lo que me sucedió?
-Lo siento, señorita Carmichael; el doctor Wilard no nos autoriza a darle ese tipo de información.
Iba a protestar, pero sabía que sería en vano; la enfermera no le diría nada. Al menos, en aquel lugar sabían quién era ella. Tuvo la extraña sensación de que había escuchado su propio apellido después de no haberlo oído durante mucho tiempo.
-Iré a por el calmante. -Volvió a cubrirla con la sábana-. Regreso enseguida.
-Gracias. -Se quedó mirándola hasta que abandonó la habitación y, al hacerlo, dejó la puerta abierta. Si no le hubiesen dolido tanto los pies, se habría levantado de esa cama y habría buscado algún teléfono para poder llamar a su hermano. Seguramente, Kevin estaría preocupado por ella; había prometido llegar temprano a casa y, en ese momento, sin saber cómo y por qué se encontraba malherida en aquel hospital. Oyó unos pasos que se acercaban por el pasillo; de seguro la enfermera regresaba con el calmante. Un hombre alto, con el cabello entrecano y bigotes entró en su habitación.
-¿Quién es usted? -Era la primera vez que veía a aquel hombre.
-Señorita Carmichael, soy el teniente Mendes y he venido desde Fresno para hablar con usted -le informó mientras se acercaba a la cama.

NO ME OLVIDES ||SHAWN MENDES||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora