01. Hablo malditamente en serio.

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Guadamosi.

Ese día era el cumpleaños de mi madre, podíamos empezar por allí. Porque para desentrañar toda la bola de problemas que siguieron después tenía que empezar desde allí.

Era el tercer partido de la temporada en un fenomenal día nevado en el este del que cubría las calles y encrudecía el invierno aún no en su punto más álgido, lo sé porque he vivido en Shadow Valley y conozco los números, aún faltaba para que nos estuviéramos cagando en nieve. Ganamos de nuevo, a pesar de que había sido un jodido infierno para la defensiva y estaba exhausto más allá de la razón.

Pero era el cumpleaños de mi madre.

Es uno de esos eventos que se sobrepone en prioridad a cualquier otro momento. ¿Partidos? Habrán cualquier otro día, está comprobado. Estadísticamente después del incendio no teníamos suficientes jugadores para la nómina pero aún así aquí estamos, iniciando -y ganando- una nueva temporada. Porque parte de la estadística es romper rachas y números desfavorables, eso tan gratificante como marcar un récord. ¿Un cumpleaños? No siempre está asegurado, se supone que se repite cada año pero y... ¿si esa persona ya no está? El cumpleaños deja de tener un significado para marcar otra fecha en el calendario como aniversario de muerte. Solo pensarlo, mi boca se llena de amargura y punzadas bajan por mi espalda.

Por eso se celebran por los cumpleaños

Mis hermanas me dieron una sola responsabilidad: Conseguir el pastel.

El pastel favorito de mi madre. Una cosa llena de capas y capas de crema y frutas que humedecían el bizcocho, para terminar con merengue teñido de rosado por las fresas confitadas que lo coronaban. Es un pastel en específico que si le quitabas algo de lo que específicamente llevaba deja de ser lo que era.

¿Lo pedí a la pastelería para que lo tuviera listo para esa noche? Si, desde hace dos semanas.

¿Salí antes del estadio para recogerlo con tiempo? Ni siquiera me duche adecuadamente o escuché la regañina usual de los entrenadores, entonces sí.

¿Lo conseguí?

No.

Y por una estupidez.

Aparentemente los vecinos en la cuadra de la pastelería estaban en conflicto por quien iba a limpiar el hielo de la acera y decidieron que nadie lo limpiaría hasta que alguien ceda, yo fui cuidadoso cuando salí con el pastel en brazos pero mis zapatillas de deporte que no fui lo suficientemente inteligente para cambiarme, resbalaron enviando el pastel en el aire y cayendo de lleno sobre mí en el suelo. Escuché a alguien reírse a carcajadas a traves de las ventanas y preguntándole a otro si lo tenía grabado.

Joder y joder.

Entonces no solo no había conseguido el pastel sino también tendría un moretón extra en el trasero y también llegaría tarde.

Porque decidí ir por las bolsas de sal que traía en la camioneta y limpiar el hielo yo mismo, porque conocía las estadísticas de personas que se rompían los huesos por caídas en la nieve, siempre mirando hacia esas ventanas de los viejos amargados en la panadería.

Finalmente compré un pastel genérico en el supermercado que debía tener un sabor terrible y que me temía arruinaría toda la celebración pero que mi madre muy amablemente me agradecería por el esfuerzo y maneje por la autopista de regreso a la ciudad. Afuera caía aguanieve más que densa nieve pero aunque hubiera existido una cortina blanca fue imposible no ver la figura envuelta en brillante color rosa a un lado de la carretera, los faros de mi auto reflejaron arrancando diminutos destellos de lentejuelas multicolor como una maldita bola disco en medio de la nada.

Te quiero, número 10 [En Pausa, Lo Siento] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora