04. Problema

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Mi auto no volvió a arrancar por lo que, naturalmente, no era solo el combustible que comprensiblemente había olvidado cargar. Gabriel y el señor Guadamosi prometieron echarle un vistazo y tenerlo funcionando para mañana por lo que Viktor se ofreció a llevarme en su camioneta.

Si, fuimos amigos y yo todavía lo consideraba como alguien muy importante desde toda la vida, pero ya no éramos niños y no habíamos hablado en años.

Por lo que...

Tuvimos unos cinco minutos enteros de incomodidad, él con una mano en el volante y su mirada al frente casi rigidamente y yo en el asiento del copiloto mirando también mirando al frente, pero se sentía esa energía de estarnos mirando por el rabillo del ojo muy alertas por lo que el otro diría o haría. Y fueron cinco minutos porque, totalmente sin querer y porque yo desde siempre había tenido un aparato digestivo traicionero eructé sonoramente antes de que pudiera taparme la boca.

Él se echó a reír con ganas, una risa profunda desde el fondo de su pecho que crecía en volumen por momentos.

— Ese fue grande.

— Al menos podrías fingir no haber escuchado — replique dando golpecitos a mi boca como si así pudiera recuperar algo de dignidad.

— ¿Te sonrojaste? — él me miró rápidamente antes de mirar de regreso a la carretera — ¿No fuiste tú la que dijiste que habíamos pasado la etapa de avergonzarnos por hablar abiertamente...?

— Sé lo que dije, Vik. Y es perfectamente normal, pero no deja de tocar mi orgullo de chica.

— Por supuesto.

Él movió su cabeza de arriba a abajo pero cuando lo miré seguía sonriendo ampliamente y con un comentario burlón en la punta de la lengua.

— Fue por la cerveza, ¿sabes? — repliqué antes de que abriera la boca — Esa en particular que bebí tenía mucha efervescencia y me cayó pesada en el estómago...

— Dime si va a salir por otro lado para abrir las ventanas, chica. Te quiero mucho, pero mi auto es sagrado.

— Ja-ja. Idiota.

Él continuó.

— Y si vas a vomitar, saca la mitad de tu cuerpo por la ventana para que no salpiques el costado...

Me giré completamente en mi asiento o hasta donde el cinturón me lo permitía para pellizcar su costado en ese lugar entre las costillas que tenía sensible y que lo hizo chillar. Solo hice dos intentos porque él estaba manejando y no apetecía un accidente, lo dejé y guardamos silencio un instante antes de que él preguntara por indicaciones en un cruce. Mi apartamento, que no era nada espectacular y lo compartía con una chica de primer año que acumulaba cajas de pizza vacías fuera de su puerta, se ubicaba cerca de la universidad y al lado de una casa de jugadores que había visto de pasada.  Me había parecido bonito y cómodo en los dos días que llevaba en la ciudad, aunque solitario sin tener toda mi familia a una puerta como había sido toda mi vida.

Tal vez por eso cuando Viktor estacionó al frente no me bajé de inmediato sino que me quedé en mi sitio.

— ¿No tienes curiosidad o solo estás esperando que algún momento dentro de estos siete años haya desarrollado telapatía para decirte?

— ¿Sobre que? — preguntó con sus ojos bonitos oscuros parpadeando.

Pero esos ojos de borrego los hacía cuando obviamente sabía de lo que hablabas y solo estaba siendo obtuso al propósito. Arrugue mi nariz, una persona cambia pero no cambia tanto.

— Sobre mudarme aquí, Vik.

Él también se giró en su asiento, su cabello oscuro perfectamente recortado aún estaba húmedo por la ducha que debió haber tomado para limpiarse el pastel, así también seguía usando ese estilo de camiseta blanca con una camisa de franela por encima que lo hacían ver cómo el amigable vecino de al lado con el que hablabas cómodamente pero que por su increíble apariencia y pasión por el deporte te volvía tonta con su sonrisa ladeada y te encontrabas coqueteando sin darte cuenta.

Te quiero, número 10 [En Pausa, Lo Siento] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora