Nunca fui partidario de los mitos o leyendas, mi mamá siempre me educó de forma escéptica, al ser todos una familia de biólogos nos enseñamos que todo tiene un origen comprobable. Mi madre solía decirme que las leyendas de los pueblos sólo son el reflejo de la ignorancia, de la falta de educación.
En diciembre de 2013 recibí la llamada de una compañía constructora, necesitaban de un biólogo que estudiara los alrededores de la construcción de un puente, era un trabajo compartido con ingenieros civiles y topógrafos, supuestamente habían recibido reportes acerca de brotes de algunos hongos en los pilares de la construcción durante la temporada de lluvias y querían ganarle a la temporada para darle solución antes de que pudiese haber un incidente. Me comisionaron a una localidad al sur de México, en el estado de Guerrero para ser exactos. Tenía que recopilar muestras de algunos ríos y lagunas cercanas, así como del rio sobre el que estaba construido el puente para estudiar la humedad, que tipo de hongos u organismos podrían afectar las estructuras de acero y concreto, pues la compañía había construido un puente de gran magnitud y de encontrarse en malas condiciones podría provocar un severo problema ya que ese puente conectaba a más de la mitad del estado con el país, el puente de Mezcal se llamaba, necesitaban respuestas antes de que llegara la temporada de lluvias.
Eran mediados de enero, el viaje duró cerca de cuatro horas desde la Ciudad de México hasta una ciudadela en esa parte del estado, en la que transbordaba a una camioneta todo terreno que me llevaba a la zona después de otra hora y media, es impresionante la forma en que nuestro país puede cambiar tan drásticamente a tan pocas horas de viaje, de un clima húmedo y frío del inverno en Coyoacán a una especia de desierto montañoso en tonos ocres con variantes de verde olivo proveniente de los cactus, magueyes, sábilas, así como matorrales y arbustos secos u opacados por el polvo y la tierra sepia que abundaba por cientos de kilómetros. El sol brillaba tan fuerte en ese lugar que las mañanas se pintaban abultadas montañas de rojo como si fuesen carbones encendidos y a medio día todo era tan amarillo que necesitabas entre cerrar los ojos o usar gafas para poder ver bien el entorno, hacía bastante calor para ser invierno y había poca o nula agua. Uno de los ingenieros a cargo me comentó que habían hecho estudios previos a la construcción en la tierra y que no habían encontrado indicios de que algo como esa humedad u hongos oscuros apareciera, lo cual me pareció bastante razonable pues el río bajo el puente, a pesar de ser enorme y profundo el agua que corría era tan poca que apenas dibujaba algunos hilos de agua entre las piedras que seguro con el calor a no mas de un kilómetro ya debieron haberse evaporado.