Lluvia

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Minho

Los pitidos del dial penetraron en mi sentido auditivo cual bocina, los cuales me daban margen para colgar y parar esa estupidez. En su lugar, apoyé la cabeza contra la pared y esperé a que cogiera la llamada.

—¿Lee? —preguntó una voz grave, ligeramente rasgada—. ¿Por qué me llamas ahora? Deberías estar trabajando, no son ni las siete de la tarde.

Una sonrisa de lado selló mis labios.

—Yo también me alegro de escuchar tu voz, cariño, me encanta sentir lo mucho que me quieres —respondí.

—Deja de actuar otra vez de forma exagerada, sabes que te quiero pero no me gusta cuando haces el vago.

Odié lo bien que me hizo sentir ese insustancial "te quiero".

—Suk-Hyo, no estoy bien desde que dejé el psiquiatra, te necesito a mi lado. —Cerré los ojos—. Ven al piso, por favor.

—¡No tengo tiempo para cumplir todos tu caprichos, Minho! Ya sabes que estoy ocupado.

Abrí los ojos de golpe y miré la lluvia que se alcanzaba a ver desde la ventana. Mi rostro permanecía sin ninguna expresión.

—Lo entiendo, ¿para qué vas a aguantar al pesado de tu novio y sus dramas cuando la chica esa con la que me engañas te puede comer bien la polla? La verdad es que ella es muy bonita, delgada y bajita, perfecta para montarte como te gusta.

—Estás delirando de nuevo. Te soy fiel, aunque cuando te pones así es difícil.

—Demente... Abandoné las visitas al psiquiatra para que dejaras de llamarme eso, pero cada vez que hablo contigo los insultos son peores. Ni siquiera entiendo por qué seguimos juntos si no me soportas.

—Sé que no estás en tu mejor estado, así que voy a ignorar que has sugerido una ruptura. Te recuerdo que eres mío, nos lo prometimos.

Yo respiraba erráticamente, asustado de lo que podría hacerme si lo dejaba pero sobre todo de perderlo. Las lágrimas empaparon mi cara.

—Sólo quiero que me abraces y no te avergüences de mí —susurré, entre sollozos.

Escuché un resoplido al otro lado de la línea.

—Voy para tu casa.

Sonreí con la boca cerrada.

—Grac...

La llamada se cortó antes de que pudiera terminar la palabra. Agarrando con firmeza el móvil a la altura de mi pecho, permití que mi espalda entrara en contacto con el concreto.

No era tan idiota como mi pareja me hacía creer, al fin y al cabo me encontraba en Seúl porque me habían dado una beca gracias a mis logros en el campo de la física cuántica, así que entendía que me encontraba en la espiral de una relación tóxica. No obstante, la idea de volver a quedar solo resultaba mucho más insoportable que los malos tratos.

Las caras de decepción de mis padres llenaron mi mente. Había luchado desde pequeño por ser perfecto, demostrar que el origen humilde de mi familia migrante no condicionaba mis capacidades. Me había convertido en el orgullo de los Lee a base de trabajar duro.

Me encogí sobre mí mismo y posé la frente contra mis rodillas. Me agarré del cabello.

—¡Idiota! —grité—. ¡Eres un idiota, Lee Minho! ¿Por qué lo dijiste? ¡¿Por qué?!

Tenía 19 años cuando me enamoré por primera vez. Su nombre era Shiro, un chico de ingeniería aeronáutica de cara ovalada y mejillas pálidas que por algún motivo me recordaba a un petirojo. Era tan serio que las pocas expresiones que me brindaba me hacían sonreír de oreja a oreja.

Lazos a través del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora