El príncipe y el granjero

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Hace mucho tiempo, un encantador príncipe alfa paseaba por los frondosos bosques circundantes de su reino sin que nadie lo supiera. Se encontraba próximo a ser coronado, sólo faltaban semanas para el tan importante día, y había un poco de presión sobre sus hombros. El estrés lo obligó a buscar algo que lo calmara y las caminatas por el bosque habían sido siempre el mejor remedio, se lo había enseñado su madre.

Su nombre no es importante, fue un príncipe tan antiguo que nadie lo puede recordar, pero su pequeña historia de amor trascendió a las generaciones siguientes como una de las leyendas más importantes dentro del folclore de los lobos.

Esa noche de luna llena, el príncipe se topó con el lago que solía frecuentar por las tardes de verano. Sin embargo, no estaba solo. Frente a la orilla se encontraba un chico sentado, moviendo sus pies por debajo del agua, jugueteando con los pequeños peces que nadaban al son de la noche.

—¿Hola?

El chico giró su cabeza, en absoluto asustado. Sus ojos lucían como un par de medias lunas, caídos a los costados y con aires de inocencia. Lo único que iluminaba las noches por aquellas épocas era el firmamento estrellado y la luz suave de la luna que besaba la tierra. Los lobos siempre fueron buenos viendo de noche sin embargo, así que nunca fue problema detallar el rostro de alguien bajo la negrura de la noche.

—Hola —saludó el chico—. ¿Qué haces aquí?

El príncipe parpadeó sorprendido.

—Esa es mi pregunta, ¿quién eres tú? ¿No sabes quien soy yo?

El chico asintió. Había algo en sus ojos que hipnotizó al joven heredero, un encanto bailando en sus pupilas.

—Eres el príncipe y yo un granjero —contestó el plebeyo.

—¿Qué haces aquí? —preguntó el príncipe.

—Yo pregunté primero —insistió el primero.

El príncipe no estaba acostumbrado a tener conversaciones como esas. Normalmente, las personas se inclinaban frente a él, le hablaban como si él fuera una deidad y eran tan formales que lo hacían sentir incómodo. Este granjero, sin embargo, sólo lo miraba como si fuera un chico común y corriente.

Fue refrescante, a decir verdad.

El príncipe se encontraba intrigado.

—Me gusta venir aquí a veces —contestó—. Ahora tú dime, ¿qué haces aquí?

El granjero volvió a mirar el lago, moviendo sus pies sobre el agua.

—Encontré este lugar por accidente.

—¿Accidente?

—Sí, estaba corriendo y lo encontré.

—¿Por qué estabas corriendo?

El granjero no dijo más.

—Deberías decirme, si no me lo dices, no sé si puedo confiar en ti —trató de razonar el príncipe, dando un par de pasos más cerca del granjero.

—Si te lo digo, príncipe, ¿no harás que me saquen de aquí?

El príncipe colocó una mano sobre su pecho, encima de su corazón.

—Lo prometo.

El granjero lo pensó, pero finalmente lo dijo.

—Huía.

—¿De dónde?

—De mi casa.

—¿Por qué?

El granjero se rió.

LA LEYENDA DE LOS LOBOS DORMIDOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora