La primavera había llegado. Las plantas florecían y los paisajes adoptaban esa tonalidad verde tan característica.
La primera vez que lo vi fue en la playa. Acababa de cumplir diecisiete años y acababa de sufrir mi primer desengaño amoroso.
Él paseaba con los pies descalzos por la arena. Sus enigmáticos ojos verdes resaltaban sobre su piel bronceada y esa sonrisa enamoraba a primera vista. Lucía un bañador rojo y llevaba el torso desnudo, mostrando unos músculos admirables. No sabía su nombre, ni su edad, ni nada sobre él, pero yo ya me había enamorado.
Aquella misma noche lo volví a ver, en la playa de nuevo. Había música, farolillos y estaban todos los jóvenes del barrio. No podía dejar de mirarle y soñaba que él también se hubiera enamorado de mi. En el fondo sabía que eso era imposible. Ningún chico como él se fijaría jamás en alguien como yo, una chica del montón. Era alta, pero ni tan bonita como él, ni con una sonrisa tan cautivadora como la suya. Esa noche me acosté llorando. Recordaba a mi antiguo novio y todas aquellas veces que me había llamado "su princesa". Pero yo quería que fuera ese enigmático chico misterioso el que me lanzará todos esos piropos y me robara besos. La pena volvía al darme cuenta que era imposible que un chico así estuviera interesado en conocerme. Pero me equivocaba.
