—Bien, al parecer por fin te diste cuenta.
Ella está a mi lado, me ha sorprendido mientras yo sigo pensando en lo que acabo de descubrir.
—Pero, ¿Qué haces tú aquí?
Mis ojos siguen derramando el sentimiento que me oprime el corazón.
—Tú me llamaste, siempre me llamas cuando estás mal o cuando necesitas que te apoyen.
Sigue sentada en la esquina contraria del sillón, la miro por unos cuantos minutos; mil ideas pasan por mi cabeza y yo solo quiero que todo sea un sueño, poder despertar y encontrarme recostada con mi marido a un lado pero no, estoy aquí devastada con ella que me mira mientras una sonrisa es dibujada en su cara.
Vuelvo la mirada a mis manos que están recargadas en mis piernas y leo de nuevo aquel papel que encontré esta mañana en el saco de mi esposo.
«Gracias por la hermosa noche que me diste hoy, gatito»
Lo aprieto con la mano tan fuerte que lo veo arrugarse.
—Te miente, te ha mentido durante tanto tiempo y yo te lo dije. Tantas dudas que tenías y su comportamiento a veces no era normal. Esa fue su junta de trabajo de ayer, aunque ya lo sabías—.
Puedo ver como me mira con burla y menosprecio, su tono descarado lastima tanto.
Aparto la mirada, sólo hasta entonces puedo cerrar mis ojos ante la verdad tan cruda que ella dice tan segura. Me cuesta aceptar que el amor de mi vida me engañe, que tantas veces me dijo "te amo" y no fueron reales, que al acostarnos para dormir fue capaz de decirme que era su todo.
— Era remordimiento de conciencia, querida. Recuerda que él sólo está contigo por tus "problemas mentales".
Escucho como una ligera risa sale de su boca y por mis mejillas corren las lágrimas que logran escapar de la prisión que son mis ojos cerrados.
— ¡Yo no tengo problemas mentales! —grité —No porque un simple "Doctorcillo" me haya hecho pasar por "esquizofrénica" cuando tenía tan sólo 10 años quiere decir que lo soy.
—Claro que no Camila, pero sabes bien que la gente tiene envidia de que tengas a una amiga como yo, por eso lo dicen.
Podía escucharla hablar pero mi mente seguía perdida en la habitación mirando todos y cada uno de los cuadros de nuestra boda y lo felices que nos veíamos. No entiendo, ¿Cuánto tiempo me ha estado mintiendo?
—Sabes lo que debes hacer, no debes pasarlo por alto, recuerda lo que una vez le dijiste...
Mis ojos se abren centrándome en donde tengo todos mis utensilios de cocina. Recorro cada uno de los estantes con la mirada.
—Si no eres mío no serás de nadie —decimos al mismo tiempo.
Puedo escuchar su risa macabra ante el pensamiento que he tenido.
Me levanto del sillón dirigiéndome a la cocina, recorro toda la habitación hasta encontrarlo. En la mesa cerca del refrigerador está la base de madera donde tengo todos los cuchillos que mi marido me regaló al casarnos.
Tomo el más grande, necesito verificar que esté afilado.
—Toma, prueba con esta sandía —ella saca del refrigerador una enorme y pesada que coloca en el fregadero, se aleja un poco y se sube a la mesa para admirarme.
Le entierro el cuchillo a la fruta exactamente a la mitad y entra fácilmente. Sonrío al escuchar sus aplausos enérgicos.
—¡Bien Camila, has hecho un trabajo perfecto!
Le agradezco con una reverencia mientras su risa se hace presente nuevamente.
Vuelvo a enterrar el cuchillo otra vez, una vez más, la excitación corre por mi cuerpo y la adrenalina se apodera de mí mientras imagino un rostro conocido, ese que se encuentra clavado en mi mente desde el primer día en que lo miré al entrar al salón en la Universidad. Desde ese entonces me había enamorado de él como una loca.
Admiro la obra de arte en la que he convertido a mi sandía. Jugo por todas partes que parece sangre, pedazos de ella en el fregadero mientras siento una sonrisa formarse en mi cara. Esto es realmente excitante.
Se escucha una risa, seguramente ella sigue entretenida ante el acto que he consumado. Pronto reconozco mi voz emitiendo aquel ruido tan estruendoso.
Se escucha la puerta.
—Ha llegado, es hora —me advierte mientras yo continuo viendo el hermoso cuadro que he creado con una simple sandía.
—Ya llegue mi vida ¿Qué haces?
Siento odio, odio puro que me recorre mientras seco mis lágrimas que caen en picada de mis ojos hasta morir en mis labios.
Sigo de espaldas para que él no se dé cuenta, estoy callada y él parado en el umbral de la cocina.
—Gordita, amor ¿Qué haces? ¿Sucede algo?
Debo componer lo más que pueda mi voz para responderle.
—Nada flaquito, estaba pensando.
El silencio se hace presente por unos minutos hasta que vuelve a hablar.
—¿Pensando en qué, cielo?
Su voz suena como si no rompiera ni un plato y eso me hace enfurecer más. Mis puños se cierran.
— ¡En lo imbécil que eres como para no saber ocultar tus porquerías! —dice la mujer que está parada a lado de mí, pero él la ignora. Doy la vuelta para verlo a los ojos.
Ella se ha ido, me ha dejado resolviendo esto por mi cuenta.
Lo miro, le sonrío. Sé que ha podido notar mis ojos rojos e hinchados a causa de mi lloriqueo durante toda la mañana. Saco de mi bolsa del pantalón el papel que encontré y se lo aviento a la cara.
—Pensaba sobre esto..."gatito".
Puedo ver como en su cara se instala el miedo poco a poco tras verse descubierto. Giro de nuevo antes de que el sentimiento me derrumbe. Mi mano derecha acaricia el cuchillo que se encuentra enterrado en la sandía para después sujetarlo fuerte.
Algo en mi interior duele, las voces en mi cabeza me echan en cara lo tonta que fui al creerle que me amaba de verdad, ¿Quién en su sano juicio ama a una loca como yo?
Me duele, es como un veneno que corre mi cuerpo y solo busca su alivio. Un alivio que solo yo le puedo dar.
—Te lo puedo explicar, lo juro. Sabes que no te puedes exaltar, te lo ha dicho el Doc... —escucho sus pasos y mi odio va en aumento.
— ¡El Doctor una mierda, Andrés. Él no sabe cuanto te amo y te amé, él no sabe cuanto dolió el escuchar mi corazón romperse, él no sabe lo duro que es escuchar a todas esas voces diciéndome lo estúpida que soy por confiar en ti.
Los recuerdos se agolpan en mi cabeza. No lo dejaré ir nunca. Seríamos como Romeo y Julieta.
Se acerca, puedo sentirlo, escucharlo. Mis pómulos forman una sonrisa irónica.
Toca mi hombro y yo giro.
—Juntos para siempre.
Clavé una, dos, tres veces. Estaríamos juntos hasta que la muerte nos separara, pero yo no pensaba dejarlo ir ni después de ello, lo amaba tanto que estaba decidida a acompañarle para la eternidad. Esa había sido nuestra promesa. Una de las tantas que juramos serían eternas. Nuestras eternas promesas.
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Eternas Promesas |One Shot|
Mystery / ThrillerLo que siempre estuvo unido, nada lo separa. Fue suya en cuerpo y alma, la quería. Ella lo amaba más que a si vida misma. Cualquiera notaría la gran diferencia. Hicieron una promesa frente al altar y era momento de cumplirlo. Juntos hasta la eternid...