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LIAM

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Bebí un buen trago de cerveza y solté al aire por la nariz al ver que seguía sin mirarme.

Dos meses y medio; ese era el tiempo que Maia llevaba viviendo conmigo, tiempo en el que habíamos tenido cientos de momentos a solas, en el trabajo, en casa. Pues bien, cuatro días después de habernos besado, solo cuatro días después, aún no habíamos encontrado ningún momento para hablar. Aunque, más bien, empezaba a pensar que Maia lo estaba evitando.

Podía entenderlo... Pero, joder, no quería. Sabía que teníamos que hablar de lo que había pasado, o al menos creía necesitarlo para quitarme aquel peso de encima. No para decirle que me arrepentía, joder, claro que no, solo para... para tratar de explicarme. Cuatro días no eran suficientes para aclarar las ideas, pero sí para darme cuenta de que aquello no había sido un mero impulso; que aquello había ocurrido por algo... Porque yo quería que ocurriera, sin ir más lejos. Porque la forma en la que veía a Maia había cambiado irremediablemente y debía admitirlo en voz alta. Debía decírselo.

Pero estaba claro que ella no quería oírlo.

Me levanté de la silla para pedir otra ronda. Habíamos salido a tomar algo después del curro y, sorpresa, esa noche había sido idea de Maia. Entre semana había conseguido traer a Em y a Megan a casa para tener, según ellas, una noche de chicas, y el sábado, pillándonos a todos desprevenidos, propuso volver al bar en el que les había pegado una paliza a los dardos. Por supuesto, no para repetir la jugada, sino para seguir ignorándome... Y lo estaba consiguiendo.

Lástima que yo tuviese un as bajo la manga.

Regresé a la mesa con los botellines y busqué su mirada cuando le tendí el suyo. Maia bajó la guardia solo unos segundos y me dio las gracias con una sonrisa. Intenté que leyera la súplica en mis ojos y, si lo hizo, supo disimularlo muy bien.

«Bien, juguemos.»

—¿Quién echa unos dardos?

Cómo no, Mike y Jack se incorporaron al momento y, con sus cervezas en mano, fueron a la barra para pedirle al camarero que nos encendiera la diana. Las chicas tardaron un poco más en levantarse. Al ver que Maia se quedaba algo rezagada, aproveché el momento para ponerme a su lado y acercarme a su oreja:

—Si gano yo, me debes cinco minutos.

Esa vez sí, correspondió a la intensidad de mi mirada. Me comprendió perfectamente, así que no tuve que añadir más. Cuando llegamos a la diana, propuse jugar de manera individual. Los chicos se quejaron un poco al principio, pero acabaron aceptando.

—Adelante, si es para darnos una paliza...

Me coloqué a cierta distancia de la diana, preparado para lanzar. Uno, dos, tres dardos... Comprobé la puntuación en la pantalla y, sin poder evitarlo, observé a Maia. Alcé las cejas, sonriendo, y ella, negando con la cabeza, me la devolvió.

Y, joder, cómo me tenía esa sonrisa.

• • •

Eran las dos cuando entramos en casa. El silencio nos había acompañado durante el trayecto de vuelta. Por su parte, esperando a que fuese yo el que abriese la boca; por mi parte, esperando el momento adecuado para hacerlo.

Lo encontré en cuanto la vi apoyarse en la isla de la cocina, a tan solo unos metros del lugar donde nos habíamos besado unos días antes.

Y, sorprendentemente, fue ella la primera en hablar.

—Jack ha estado a punto de ganarte.

Sonreí. Hablaba de los dardos y, sin duda, el alcohol que llevaba en la sangre me permitió bromear un poco antes de pasar a lo que de verdad importaba.

—Aún le quedan años de práctica...

Dejé el abrigo en el perchero, al lado del suyo, y me volví para mirarla. Llevaba el pelo recogido en una trenza que se le había ido deshaciendo a lo largo de la noche, un jersey azul y unos vaqueros negros. Iba de lo más normal y, aun así, estaba guapa a rabiar.

—Te debo cinco minutos —comentó de repente, sobresaltándome.

Carraspeé y asentí con la cabeza.

—Creo que deberíamos hablar... de lo de la otra noche. —La palabra «cobarde» apareció en mi mente y no tardé en rectificar—. Del beso.

En cuanto la palabra salió de mi boca, Maia bajó la vista. Aquella situación la incomodaba, era evidente, pero a mí me había bastado con esos pocos días para darme cuenta de lo importante que se había vuelto en mi vida. Y ya no era únicamente porque trabajásemos y viviésemos juntos, sino por todo lo demás. Las horas muertas, las conversaciones, la confianza que empezaba a nacer entre los dos. La complicidad. Maia llevaba tiempo siendo mi amiga, una más del grupo, y no quería que nuestra relación volviese al punto de partida.

Esperé y esperé hasta que sus ojos volvieron a enredarse con los míos.

—No me arrepiento, Maia —admití, evitando pronunciar más de la cuenta—. Pero no quiero que cambie las cosas entre nosotros. Me gusta esto que tenemos —Sonreí—, y aquello estuvo fuera de lugar... No debí hacerlo.

«Pero no pude evitarlo...»

Omití ciertas palabras, como lo mucho que disfrutaba haciéndola reír o lo fácil que me empezaba a resultar enredarme con su mirada, porque sabía que era lo más sensato.

—Yo opino lo mismo, Liam. Creo que... —Tragó saliva. Sus dedos no dejaban de juguetear entre ellos y, a mí, aquel gesto me seguía pareciendo adorable—. Creo que lo mejor es olvidarlo. Los dos estábamos algo... contentos, y supongo que se nos fue de las manos.

Su confesión me hizo sonreír. Solo había bebido un par de cervezas, ni de lejos estaba contento... Y, sin embargo, preferí no decir nada. Sí, lo mejor era achacarlo al alcohol y dejar el tema zanjado. Maia no quería nada más, y yo... Yo no debía quererlo.

Ella sonrió conmigo y solté el aire. Joder, y qué alivio sentí en ese momento.

Cuando a los pocos minutos nos despedimos para irnos a la cama, lo hice con la convicción de haber hecho lo correcto. Me cambié de ropa y me puse el pijama antes de coger el móvil y escribir a mi hermana. Le aseguré que hablaríamos al día siguiente porque se nos había hecho tarde y volví a dejarlo en la mesilla. Me dejé caer en el colchón y estiré el cuello hacia ambos lados, soltando un suspiro cansado. Había sido un sábado agotador, y solo podía pensar en lo bien que iba a dormir esa noche...

Abrí los ojos cuando escuché cómo llamaba a mi puerta.

Porque era Maia, evidentemente, pero no sabía cómo reaccionar al respecto. Acabábamos de hablar, ¿acaso nos habíamos dejado algo en el tintero? Sin pensarlo demasiado, me levanté de la cama y fui hasta la puerta.

—¿Pasa algo, Maia? —pregunté nada más abrir. Ella también se había puesto el pijama y me observaba con la boca entreabierta, gesto que no pude ignorar.

Hasta que la miré a los ojos, me perdí en su mirada y la vi acercarse a mí con decisión. Un segundo después, su boca cubrió la mía. Un segundo después, mandamos a la mierda todo lo que nos habíamos dicho.

Alas para volar ✅️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora