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MAYO

2019

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LIAM

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—Marchando una ración de alitas.

Mike sonrió y le devolvió la carta a la camarera. Esperó a que se marchara para inclinarse sobre la mesa y acercarse a mí.

—¿Me estaba poniendo ojitos?

Lo miré con una ceja enarcada.

—¿Qué?

—La camarera.

—Ya sé que te refieres a la camarera...

—Yo creo que me estaba poniendo ojitos —aseguró sin dejarme responder. Jack y yo compartimos una breve mirada y él sacudió la cabeza sonriendo.

—Por supuesto, colega —lo animó con una palmada en la espalda—. La tienes en el bote.

Me guiñó un ojo sin que Mike se diera cuenta y escondí mi sonrisa tras el botellín de cerveza.

Era el primer domingo del mes, había salido un día jodidamente bueno y había salido con los chicos a tomar algo. Llevábamos un tiempo sin hacerlo, sin estar únicamente los tres, y es que Maia se había integrado tan bien con nosotros que no se perdía una. Sin embargo, aquella mañana se había quedado en casa con Emily y Megan, y no quise molestarlas. Con mis amigos había congeniado, pero con ellas era diferente. Al igual que nosotros hablábamos de nuestras cosas, ellas también lo hacían de las suyas. Como de la camarera que, según Mike, no le había quitado el ojo de encima desde que habíamos entrado.

—Igual luego le pido el número. Así, a saco.

—Uf, cuidado, tigre.

Jack soltó una carcajada y él rodó los ojos.

—Sí, sí, tú ríete.

Aún estaba sonriendo cuando la camarera nos trajo las alitas.

—Muchas gracias —le dijo Mike en un tonito de lo más sugerente. Jack y yo no podíamos dejar de mirarnos.

Sin embargo, antes de volver a marcharse, la camarera también sonrió. Solo que su sonrisa no fue dirigida a Mike... Sino a mí. Por suerte mi amigo ya estaba en las nubes y no se enteró, pero Jack alzó las cejas, divertido. Joder.

—¿Cuántos años le echáis?

Sacudí la cabeza e intenté cambiar de tema.

—Déjalo, tío, a lo mejor tiene novio...

—Bueno, tendré que averiguarlo. —Me guiñó un ojo y observé de reojo cómo Jack se aguantaba la risa—. Yo le echo veintitrés... Veinticuatro como mucho.

Carraspeé.

—¿Y qué pasa con Spencer?

Conocimos a Spencer el año anterior. Era amiga de Megan y solía frecuentar el bar. Últimamente la veíamos menos, pero sabía que entre Mike y ella había pasado algo. La forma en la que la miraba cada vez que aparecía por allí hablaba por sí sola.

No obstante, mi amigo era terco como una mula.

—¿Qué pasa con Spencer?

—Es verdad, hace mucho que no os veis —me ayudó Jack.

—Pues eso, que no pasa nada.

—Venga ya, Mike, la tenías loquita —añadí, esperando que aquello fuera suficiente para hacerle hablar.

—Sí, tan loquita que lleva un mes sin aparecer por el bar.

—A lo mejor es que está esperando a que te presentes tú en su casa...

Fulminó a Jack con la mirada y este se encogió de hombros.

—¿Podemos cambiar de tema? —Suspiré aliviado—. ¿Qué le pasó al Chelsea ayer, colega?

Hablar de fútbol siempre era una buena alternativa. La mejor, en realidad. Sobre todo... Sobre todo cuando Mike no era el único en no querer hablar de chicas.

Aún no les había contado que Maia y yo nos habíamos besado. Desde la conversación que tuve con Jack, mi amigo parecía haber tenido suficiente; ni él me había vuelto a preguntar ni yo les había actualizado la situación. Y eso que había mucho que actualizar... Pero, de momento, creí que lo mejor era guardármelo para mí. Para nosotros.

Así que nos dedicamos a comentar el partido durante la media hora siguiente, coincidiendo en el numerito que hicieron ciertos jugadores y en la falta que hacían nuevos fichajes.

Cuando me levanté para ir al baño, a punto estuve de volver a sentarme.

Jess acababa de entrar. Y no iba sola.

—¿Qué pasa, colega? —me preguntó Mike al ver que no me movía—. ¿No ibas a mear?

Tragué saliva, incapaz de dejar de mirarla. Mirarlos.

—Sí... Ahora vengo.

Eché a andar en dirección al baño, consciente de que, para llegar hasta allí, debía pasar por su lado... Y me vieron. Joder, claro que me vieron. Era, además, la primera vez que coincidíamos desde que lo habíamos dejado. Deseé que me tragara la tierra.

—Liam, hola... Cuánto tiempo.

Preferí no dar importancia a sus palabras y me detuve a saludar.

—Hola, Jessica.

Y entonces mis ojos fueron hasta su acompañante. Lo conocía. Trabajaban juntos. Lo que no sabía es que se llevasen bien.

—¿Te acuerdas de Will?

Asentí y acepté la mano que me tendía.

—Sí. ¿Qué hay, Will?

Hablamos un poco, nos pusimos al día muy por encima y nos despedimos. Fue tan incómodo que tuve que quedarme más tiempo del necesario en el baño para recomponerme. Observé mi reflejo en el espejo y me dije que no, que no tenía por qué significar nada que hubieran aparecido juntos. A lo mejor, simplemente, habían empezado a ser amigos...

Y aquello a mí no tenía por qué importarme.

Salí del lavabo con un nudo en la garganta. A pesar de evitarlos, mis ojos me traicionaron y volaron hasta la barra antes de llegar a la mesa. Jess se reía y él sonreía. Nada del otro mundo... Si no hubiera sido porque estaban agarrados de la mano y el tal Will no dejaba de mirarle la boca.

Me senté.

—Joder, ¿no te han sentado bien las alitas?

Mike me observaba con el ceño fruncido. Jack, sin embargo, entendió perfectamente qué era lo que me pasaba. Él también los había visto, y negaba con la cabeza cuando se volvió para mirarme.

—Qué cabrona.

No dijo más. Solo dos palabras. Dos putas palabras que se me clavaron bien profundo y no me abandonaron en lo que quedaba de día.

Sí, qué cabrona Jess...

Y qué cabrón Liam.

Alas para volar ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora