EL PARÁSITO
Autor: Raelana Dsagan
Si me miro al espejo siento que aún parezco joven. Los estragos del tiempo apenas han dejado huellas en mi rostro, quizás mi cintura se ha ensanchado un poco y mis pechos ya hace mucho que notan la fuerza de la gravedad. Como cada día, aplico un poco de maquillaje alrededor de mis ojos, oprimo el estómago bajo el traje oficial. Disimulo ante mis ojos, ante los demás. No ante ti. Tú sabes la edad que tengo realmente, no los treinta y dos que pretendo aparentar, ni los treinta y nueve que tenía cuando nos encontramos. Tú lo sabes, pero yo miro al espejo y no te veo. Reprimo la tentación de tocar la mancha sobre la nuca.
Salgo. La cinta desplazadora parece ir más lenta que nunca. Los jóvenes impacientes a veces corren, yo me dejo llevar. No tengo prisa. Hubo un tiempo en que sólo buscaba el aire, el desierto impetuoso que hay más allá de los muros de la colonia. Ahora, en cambio, disfruto mirando los edificios de acero, recortados bajo la cúpula transparente que nos protege del viento del desierto. He visto elevarse cada una de esas torres desde los cimientos. Nunca imaginé que llegaría un momento en que estarían terminadas. Ni que yo seguiría aquí.
Hace ya cien años que llegué a la colonia humana de Acrux tres. Aquí el tiempo parece pasar más deprisa. Tanto que a veces me da miedo. Pero me adapto, como siempre, para sobrevivir. Llegué por casualidad, la nave se estrelló a pocos kilómetros de la colonia y los humanos desafiaron la tormenta de arena para llegar hasta nosotros. Percibí su decepción al comprobar que todos estaban muertos. “La fuerza del impacto”, dijo uno, “la presión de la atmósfera”, dijo otro. Era imposible explicar que todos llevaban mucho tiempo muertos y que yo estaba agonizando. Fue más fácil no decir nada, acercarme a ella sin que me vieran y colarme entre las juntas de su traje acolchado. Pegarme a su piel como si siempre hubiera estado allí. Nadie pareció notarlo, al menos al principio. Fui erupción, pústula, eczema y mancha de nacimiento. Me estudiaron durante un tiempo, temerosos de que se propagara un contagio. Yo me quedé quieto, latente, esperando. Después ella los convenció de que yo no era más que una marca que siempre había estado allí. O tal vez fui yo. A veces es difícil saberlo.
La larga cinta desplazadora atraviesa toda la colonia y yo me dejo deslizar por ella. Sonrío a la gente que se cruza conmigo en dirección contraria. Veo a lo lejos las naves que descienden, y las que se marchan. Yo podría ir en alguna de ellas. Volver a casa. Ya han nacido aquí dos generaciones, hemos duplicado nuestra población… yo sigo soñando con volver. O quizás eres tú. Muchas cosas han cambiado durante estos años, ya no estamos solos. Los xarvianos llegan desde Acrux seis y nos contemplan desde su impresionante estatura. Los glicsos han dejado de atacarnos, aunque aún no traspasan nuestras puertas de acero. No podrían respirar aquí dentro, igual que nosotros no somos capaces de soportar el viento del desierto. Mi destino está detrás de la próxima esquina. La torre más alta, la más antigua. El nivel más elevado, un despacho sobre la Sala del Consejo de la colonia. Uno de los sillones de esa sala es mío, aunque hoy no nos reuniremos. O a lo mejor es tuyo. A veces es difícil saberlo.
Hoy me sentaré en el despacho y dejaré que los informes pasen por la computadora esperando mi firma. El embajador xarviano aceptará el tratado entre nuestros pueblos y yo sentiré que tenemos un problema menos. La pantalla se emborrona. A veces mi vista fluctúa y mis manos tiemblan, pero la computadora no lo nota y las palabras siguen corriendo por la pantalla.
Esta noche veré a Dan y recordaré la risa de su abuelo, aunque Dan tiene los ojos tristes y apagados, le digo que le falta sol pero no puede entenderme. Sólo ha conocido esta luz rojiza que a veces traspasa las nubes de arena. Yo sólo tenía doce años cuando me marché, pero si cierro los ojos puedo recordar la luz dorada y el calor sobre mi piel. Los cierro demasiado a menudo. El tiempo se ha detenido en mi cuerpo pero no en mi cabeza, que sólo desea volver atrás. No lo entiendes. Te impacientas. El futuro es algo que siempre has controlado tú. Eso lo sé. Ojalá pudiera decírtelo.
Has cerrado los ojos de nuevo. El interior me es familiar, no hay un recoveco que no haya visto ya. Puedo dirigir tus ensoñaciones según me convenga pero no merece la pena, ya no. Lo hemos conseguido todo, hemos llegado a lo más alto de tu civilización. Te he dado poder. Tú me has dado un mundo de colores a través de tus ojos, he sentido tu miedo, los latidos de tu sistema nervioso, la contracción del estómago al reír. Me has dado vida y me has dejado dirigir la tuya. Recorro tu espina dorsal cada día, pero nunca he cerrado la puerta, una parte de mi continúa en el exterior, en la base de tu cuello. Siempre he sabido que nuestra asociación no duraría para siempre, ninguna simbiosis es perfecta, pero no esperaba que durara tan poco tiempo.
Ya lo he elegido. Contigo no lo hice. Eras la que estaba más cerca, la más frágil. No ha salido mal. Te echaré de menos. Me hubiera gustado poder hablar contigo. Podemos compartir pensamientos pero no podemos hablarnos el uno al otro. A veces lo intento, como ahora, pero sé que tú no puedes oírme. Me pregunto si alguna vez me has hablado, si sabes quien soy y que estoy aquí.
Los xarvianos tienen que agacharse para pasar por nuestras puertas y permanecen encorvados en nuestras habitaciones. Tienen los ojos saltones y acuosos, y sus largas manos me extienden el archivo donde sus dirigentes aprueban nuestro tratado. Nuestras manos se tocan. Su piel da descargas eléctricas. Mantengo el contacto, aunque sé que eres tú el que lo hace. Sonrío, aunque ellos no pueden variar con tanta facilidad el rictus de sus labios. Lo entiende. Un embajador siempre entiende. Hace ya seis meses que colaboramos redactando el tratado. Me cae bien. A ti también.
Los amigos siempre los has elegido tú. Tú conoces a tu especie y vuestros sentimientos de una forma que yo nunca he podido hacerlo. Me he guiado por tu intuición, me he aprovechado de ella. Yo no tengo, sólo instinto de supervivencia. Ese instinto me obliga hoy a marcharme. Me has dado vida, pero no podrás seguir haciéndolo mucho más tiempo.
Lucho por retirar la mano, pero también me obligo a mantenerla sobre la palma oscura del embajador xarviano. No sé lo que quiero. Nunca lo he sabido. Tú has tomado siempre todas las decisiones. Yo me he dejado llevar.
¿Quién ha sido el parásito?
Te veo. Por primera vez. Te deslizas sobre la manga del traje oficial. No pareces más que una mancha. Eres tan lento que me sorprende. El embajador te mira atentamente y pronuncia una palabra en su idioma que no conozco. Pero veo en sus ojos saltones que te ha reconocido. Sabe quien eres. Yo nunca lo he sabido. He compartido mi vida contigo y tú nunca me has mostrado nada de la tuya. Quizás nunca has tenido recuerdos, quizás en cuanto toques la piel del embajador pases a ser él y olvides todos los míos.
Desapareces bajo su manga y yo suelto su mano, de pronto me siento incómoda.
-Nunca había visto uno en este sistema –dice el embajador, sorprendido-. No se preocupe, lo llevaré de vuelta a su planeta de origen.
A casa ¿Quién de los dos quería volver? Espero que fueras tú. Asiento con la cabeza. ¿Hemos llegado a decirnos adiós? No. Muevo los labios, queriendo formar una palabra de despedida pero no llego a pronunciarla.
El embajador parece distinto de pronto. Me veo reflejada en sus ojos saltones y me pregunto cómo me verás ahora, desde fuera. No puedo evitar que mis ojos se humedezcan. Eras tú el que los controlabas y ya no estás. Ahora el tiempo volverá a correr deprisa, a mi ritmo y no al tuyo. Estoy sola. Despido al embajador con una sonrisa forzada. Podría haber intentado hablar contigo ahora, hacerte preguntas, pedir explicaciones. No hace falta. Nunca ha hecho falta. Os dejo marchar sin decir nada y me siento de nuevo, las cifras vuelven a moverse en la pantalla, yo apoyo la cabeza en el respaldo del sillón y cierro los ojos.