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LIAM
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La Tierra dejó de girar un siete de agosto. Todo seguía su curso, pero mi mundo se detuvo. De repente, sin avisar. Y el motivo me tuvo gran parte de la noche despierto, incapaz de pegar ojo.
Maia se durmió a mi lado por puro agotamiento. Habíamos tenido un día ajetreado, sobre todo ella, y se la notaba cansada. Yo también lo estaba, sí, pero la cabeza no paraba de darme vueltas. Lo estaba intentando, joder. Cerraba los ojos, los apretaba con fuerza y trataba de dejar la mente en blanco, trataba de olvidar, de no pensar. Pero era imposible. Era simplemente imposible.
Resoplé con cuidado de no despertarla y moví el cuello hacia la derecha para ver qué hora era. Las cuatro. Cojonudo. Me llevé la mano libre a la cara y me froté los ojos con los dedos; el otro brazo seguía debajo de ella. La miré desde arriba y, gracias a la luz de la calle que entraba por la ventana, distinguí su perfil apoyado en mi pecho. Me entraron ganas de acariciarla. Estaba tan guapa. Sus cejas, su nariz, sus mejillas, sus labios entreabiertos. Dios. Quería memorizarla hasta que me doliera. Hasta que su jodida silueta se grabase a fuego y no pudiese escapar de allí. Aunque era justo eso lo que estaba haciendo. Escapar.
Tragué saliva, pero el nudo no desaparecía. Maia iba a irse. Era un hecho. No me lo había dicho con convicción, no me lo había asegurado, pero era así. Joder. Era exactamente así. Lo que su hermano le había propuesto... No necesitaba más. Era todo lo que la Maia que había conocido meses atrás habría querido. Lo sabía porque, de haberme encontrado en su situación, de haberle pedido a Lily que se quedase conmigo en Londres, habría movido cielo y tierra para conseguirlo. Y lo notaba. Notaba que su relación era igual. Había visto cómo Oliver miraba a su hermana, cómo ella lo miraba a él. Joder, había que estar ciego. Se querían, se adoraban, su vínculo iba mucho más allá del que podíamos haber creado nosotros... Si es que habíamos creado alguno. Y Maia no podía rechazar aquello.
Volví a cerrar los ojos, no para intentar conciliar el sueño, sino por culpa del remordimiento.
Joder. No podía rechazarlo... Pero todo mi ser deseaba que lo hiciera.
Esa vez tardé un poco más en abrirlos. Se estaba mejor allí dentro, imaginando... Recordando. Recordando cómo había sido todo hasta entonces. Recordando sus lágrimas, aquellas que adornaban su rostro cuando nos conocimos, cuando pensé que me estaba robando el maldito coche, aquellas que habían vuelto a aparecer en alguna ocasión... Aunque no tanto como sus sonrisas. Recordé lo mucho que había brillado en París, pero también recordé lo mucho que brillaba en Londres. En el salón, en la cocina, en la ducha, en mi cama. Cómo cojones no iba a estar orgulloso su hermano si Maia brillaba sin intentarlo. Era una jodida estrella. Podía haber perdido la luz a lo largo de los años, pero quería creer que la estaba recuperando... Y que, justo cuando brillaba más que nunca, Oliver... me la arrebataba.
Quise golpearme. Joder, pensar de ese modo me daba asco. Estaba siendo un puto egoísta y quería arrancarme esa sensación del cuerpo. Ella no se lo merecía. Se merecía todo lo bueno que pudiera ocurrirle, y más después de lo malo por lo que tenía que haber pasado... Esa oportunidad parecía algo bueno. Algo realmente bueno. Y si yo le privaba de ello no me lo perdonaría en la vida.
Moví la mano por su espalda, por encima de la camiseta, y sentí el dichoso cosquilleo que llegaba semanas persiguiéndome. El que aparecía cada vez que la tocaba, cada vez que la besaba, cada vez que me miraba. Y, desde hacía unos días, sencillamente cada vez que pensaba en ella. Me recreé en el presente. En su respiración tranquila, en la mía mucho más errática, en su silueta bajo las sábanas, en su aroma. Me centré en sus pulsaciones y, solo entonces, logré relajarme... Logré quedarme dormido, acompañado de la mejor armonía que podía existir para mí en esos momentos.
Armonía que, sin saberlo, siempre me acompañaría.
• • •
A la mañana siguiente me desperté solo. Distinguí el ruido de la ducha y suspiré aliviado. No tenía ningún sentido, pero aquello me alivió. Me froté la cara con las manos y calculé que no habría dormido más de tres horas. Joder, menudo día me esperaba... Me levanté de la cama y me estiré hasta que me crujieron los huesos. Necesitaba una dosis de café en vena, meterme bajo el chorro de agua y... Un jodido cigarrillo. Joder. Llevaba meses sin fumar, aquella era la primera vez en mucho tiempo que me entraba el antojo... Lo borré de inmediato. Ni de coña pensaba caer. Me conformaría con el café y la ducha; más que suficiente.
Cogí algo de ropa y me dirigí a la puerta. Se abrió antes de que llegara.
Ni siquiera me había dado cuenta de que el grifo había dejado de sonar. Y allí estaba Maia, justo delante de mí, con una mano en la manilla y la otra sujetando la toalla que le cubría el cuerpo. Se me levantó al momento. Apreté la mandíbula y la miré de arriba abajo. Cuando volví a sus ojos, me di cuenta de qué tenía antojo realmente. Solté la ropa sobre la cama y los dos acortamos la distancia con las mismas ganas. Su boca me recibió hambrienta y gemí sobre ella al notar sus curvas pegadas a mí. Le quité la toalla. La agarré por el culo y la levanté del suelo para que me rodease con las piernas. Me daba igual ir demasiado rápido. Me la sudaba todo. Solo quería sentirla, hacerla subir a lo más alto y detener el jodido tiempo en el momento exacto en el que se deshiciese junto a mí. Anduve hasta la cama y la tumbé. Me desnudé tan rápido como pude y me coloqué encima de ella. Joder, me dolía el cuerpo y el alma. Abrí un cajón de la mesilla y me puse el condón. Nos miramos un segundo antes de hundirme en ella. Nunca había sido tan brusco con Maia, pero la forma en la que movió las caderas buscándome me encendió aún más. Gimió y me clavó las uñas en la espalda cuando aceleré el ritmo. Me atreví a buscar sus ojos. No debí haberlo hecho... A esas alturas empezaba a intuirlo, pero el brillo que desprendía su mirada me lo confirmó.
Nos corrimos juntos y me rodeó con los brazos y las piernas al terminar. Yo también la abracé, derrotado, escondiendo el rostro en el hueco de su cuello y sintiéndome más suyo que mío.
Físicamente, no podíamos estar más cerca. Físicamente, éramos uno.
Pero aquella mañana supe que algo mucho más fuerte nos unía.
Aquella mañana supe que debía dejarla marchar.
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Alas para volar ✔
Roman d'amourMaia lo ha perdido todo. Perdió a sus padres hace cinco años y, ahora, su hermano mayor ha tenido que dejar el piso que compartía con ella para marcharse a trabajar al extranjero. Por si eso fuera poco, acaban de despedirla y, en un arrebato, decide...