Yicel nunca fue las más delgada, al contrario, cuando la conocí en la secundaria era una chica regordeta. Siempre ocultaba su torso ovoidal debajo de suéteres anchos con la falda del uniforme. Pero lo que la hacía atractiva era su rostro con una gran sonrisa y grandes ojos, aún cuando usaba lentes de armazón ancho. Su piel morena siempre hacia resaltar sus grandes dientes blancos dándole un brillo especial. La recordaba con algo de nostalgia, era una buena amiga que, a pesar de llevarnos bien; el tiempo y la distancia nos separó. ¿Por qué la recuerdo ahora? Mi novia vió entre las fotos viejas debajo de mi colchón, encontró mi anuario y la foto grupal con mis compañeros de salón.
Ella, tan curiosa como linda, indagó en la vida de cada uno; algunos me hacían bullying, recuerdos olvidados, pero ella se cobró de mi parte esas malas experiencias. Vinimos a nuestro restaurante favorito; casi siempre estaba vacío, Luna, mi novia era casi la única cliente del lugar. Era una tarde gris y fría, el viento soplaba silbante mientras veía el estacionamiento por la ventana sentado en mi mesa. Alguien ingresó por el arco de la entrada, una mujer alta y morena. Yicel había cambiado mucho estos años, ya no era regordeta pero si seguía siendo gruesa. Sus piernas tonificadas eran largas y sus brazos magros eran fuertes y musculados. Usaba una camisa blanca que abrazaba su cintura estrecha y enmarcaba sus enormes pechos y sus jeans negros rasgados en la rodilla se entallaban en sus grueso músculos de las piernas.
Seguía teniendo esa sonrisa alegre y su cabello largo y pintado de morado caía en caudal al frente. Una enorme sombra me eclipsó, y es que su gabardina negra azabache le daba más volumen a su corpulento cuerpo. Su sonrisa era intimidante al igual que sus ojos, media 1.90. Me preocupé, no tanto por mi, sino por mi novia.
—¡Holaaaaa!— saludó Yicel, moviendo la cabeza a un lado. Era típico de ella.
—Yicel, hola— dije con asombro mientras me ponía de pie.
Sus gruesos brazos me rodearon y me jalaron hacia sus pechos. Si hubiera querido asfixiarme, lo habria logrado. Me aparté después del saludo, la invité a sentarse y nos pusimos a platicar, habían tantas cosas; su vida, la mía, habían pasado 10 años desde la secundaria, ambos habíamos cambiado mucho. ¿Que has hecho? ¿Dónde has estado? Preguntas variadas que hacían la cita más amena, ella no dudaba en responder, siempre con esa sonrisa, confiada y alegre. Hablamos, reímos.
—¿Que tal si ordenamos?— preguntó mientras tomaba la carta en la mesa— muero de hambre— dijo ojeando el menú.
Accedí amigable. Oí como recitó el menú de principio a fin; pasta, hamburguesas, papas, y todo tipo de postres. Después de ordenar y que nos quiten los menús ella me sonrió y guiñó el ojo.
—¡Lo siento!— dijo pícara— pero debo mantener nutridos estos— flexionó su brazo frente a mi.
Los músculos de su extremidad se marcaron debajo de la ropa. Sus deltoides eran gruesos y abarcaban toda la parte superior del brazo, las líneas en su antebrazo se marcaron ensanchando esa zona. Había hecho bastante ejercicio y un cuerpo así requiere mucha proteína. Ya lo sabía, lo supe desde que comencé a salir con Luna. Hablamos un poco más, toqué el tema del gimnasio, de cómo ella se había vuelto tan fuerte.
Solo pasaron unos minutos y la comida llegó, primero las órdenes de papas. Torres de palitos de papa llegaron y fácilmente fueron tomados de los platos por montones y depositados en la boca de Yicel. Su enorme sonrisa se convirtió en un agujero por el cual depositaba la comida, daba un par de mordidas y tragaba sonoramente. Solo le bastó unos segundos para acabar con cinco raciones, luego la pasta y fue la misma historia. Los fideos se enrollaron en los tenedores, ella comía de dos platos al mismo tiempo con ambas manos. Sus mejillas se expandían y sus labios se salpicaban con tomate o pasta Alfredo mientras ella los succionaba gustosa.
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Proteína Para Mí Novia
AventuraCuando la conocí era dulce, tierna y amigable. Siempre se contuvo con todos, menos conmigo, su secreto está a salvo conmigo.