Prólogo

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Serví otra taza de café, y de camino al sofá eché un vistazo al espejo. Mis arrugas se veían más frías hoy, llevaba ojeras y el cabello algo despeinado a diferencia de otros días. Jackson pasaría mañana por mi y no habría vuelta atrás. El pasado quedaría enterrado por siempre, y Dubai sería mi presente y futuro. Se que extrañaré muchas cosas. La ciudad de Nueva York mantenía su pequeño encanto, pero aún así me dedicaba a leer las veinticuatro horas del día rememorando hechos del pasado. Ah si, es que es mi pasatiempo preferido, vivir en el pasado. Una mujer mayor viviendo el presente sería tan novedoso como fascinante, y por desgracia, hoy no me encuentro tan fascinante. La soledad jamás fue mi aliada, por mucho que ahora intente convencerme de lo contrario. En el fondo, siempre desearé aquel contacto tan familiar, aquel que podía erizar mi piel al instante. Y no, no hablo de una 9mm, esa parte de mi pasado si que está bien sepultada. La que no lo está, la involucra a ella.

Chloe Davies, ¿cómo describirla? Aún llevo su tonadilla inglesa marcada en la memoria, tan fina, tan Chloe. Es que, a fin de cuentas, ¿qué cosa que la involucre podría olvidar yo? Su cabello rubio, a veces confundible con un castaño claro, sus bonitos ojos color verde entremezclado con un celeste grisáceo. Toda ella en sí era obra de arte. Chloe daba demasiada importancia a su aspecto físico, mas del que cualquiera podría considerar de por sí excesivo. Rutinas de cuidado facial, dietas absurdas y poco recomendables, ejercicio diario, spa... Aunque eso apenas era una parte de Chloe, a la auténtica sólo la conocía yo, o al menos me gusta convencerme de ello.

Nuestro estilo de vida nos ha traído demasiados imprevistos, errores que jamás debieron suceder, malos tratos que jamás debimos conceder. Sin embargo, en medio de toda esa mierda, algo nos mantenía unidas. O al menos así lo fue durante algunos años. A pesar de todo, mentiría si dijese que lo he pasado mal durante todo ese tiempo. Lo cierto es que me gustaba, disfrutaba de esa vida tanto como disfrutaba de su compañía. Me encantaba la adrenalina, la velocidad en coche, persecuciones desenfrenadas en medio de la ciudad. Me gustaba beber como una loca, me gustaba drogarme, pero lo que mas me gustaba era pasar tiempo con Chloe. Y aquello, por desgracia, ya no es posible. Un día como hoy, exactamente veinte años pasaron desde la última vez que la vi. Mi querida Chloe. Una dama tan fina e inteligente como cualquiera podría envidiar o desear.

Me atreví a revolver entre mis cosas, no podía llevármelo todo, pero si darle un último vistazo. Los polaroid aún se encontraban intactos. Tomé una fotografía entre mis manos, conteniendo la única lágrima que pedía a gritos resbalar sobre mi mejilla. Éramos nosotras, sobre un velero elegante y lustrado a la perfección, el blanco brillaba en la imagen combinando con nuestras sonrisas relucientes. Cada una sostenía una copa, probablemente vino espumante, pensé. Nuestro favorito. Sonreí y tragué en seco. Sabía muy bien como dañarme a mi misma.

Suspiré. Chloe Davies siempre sería mi punto débil.

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