Luna de Miel en la Mano

447 20 9
                                    


Julián siempre había sido un buen chico. Nunca hizo mucho escándalo, era el orgullo de la familia. Tan guapo, tan buen mozo. Sus padres se lo decían, sus abuelos se lo decían. Y como buen chico, nunca salió de noche, nunca salió a bailar. No podía decir lo mismo de sus amigos de la secundaria, Enzo, Lautaro y Licha, ellos tenían una vida distinta. Mientras Julián vivía bajo el ala de sus papas, ellos tenían una libertad que el primero no conocía. Julián tuvo que esperar hasta los 22 para poder salir, siempre acompañado de sus amigos, con millones de precauciones, prometiendo no tomar alcohol, prometiendo no meterse con nadie. Esa era otra: nunca tuvo la oportunidad de estar con una chica. Julián estaba muy seguro que le gustaban las chicas, nunca vio a los chicos de esa forma, ¡que asco!

Estaban en la puerta del boliche, y la música se escuchaba hasta la otra cuadra. Hacia frio, y aunque Julián lo prefería, era difícil estar en la calle con este frio. Por suerte él estudiaba de día, no podría imaginarse lo que sería estudiar de noche. La fila se hacía más y más corta, por suerte solo tenía que mostrar el documento. Llegaron a la puerta, y el patovica era tres cabezas más alto que Julián, e imponía mucho más que su papá. Sin embargo, Enzo tenía más calle y carisma que él, Enzo hacia todo más fácil. Adentro del boliche era muy distinto a como era afuera, hacia calor y estaba lleno de gente, por eso apenas había cola. Lautaro y Licha desaparecieron casi al instante, y Julián se quedó solo con Enzo, que tenía sed de la peligrosa. Este último lo llevo a la barra, y le compro una cerveza, aun con la prohibición de la madre. Enzo se quedó un rato con Julián, y cuando se terminó la cerveza, desapareció. Julián se quedó ahí, sin saber qué hacer y con una botella con líquido casi desconocido. Se mojo los labios, y probo, pero se arrepintió al toque, su mama tenía razón, sabia horrible, el sabor amargo casi lo hace vomitar. Tuvo que dejarla en la barra, no se iba a tomar eso.

El por qué nunca había estado con una chica no era muy difícil de adivinar, toda su vida tuvo acné. Y uno muy agresivo, había días donde su cara le ardía y lo único que quería era arrancase la piel, que todo se calme. Miles de consultas con el dermatólogo, estudios, agujas, medicamentos que, si bien, le curaban el acné, le producían dolores que lo dejaba en cama. Tuvo que dejar de tomar ese remedio del averno, de que le servía no tener acné si no podía ni caminar. Por otra parte, las únicas personas que conocía, además de su familia, eran sus tres amigos. Incluso cuando iba a la facultad, era difícil hablar con los demás, era como si todos ahí tuvieran mejores cosas que hacer, a ninguno le gustaba lo suficiente o simplemente no era tan interesante.

Ahora que estaba solo en un boliche con miles de personas, ¿debería buscar a alguien? Difícil, todas las chicas estaban bailando con otros chicos, y nadie lo miraba. Empezaba a tener sed, así que se giró a la barra y le pregunto al bartender si tenía agua.

-Mil quinientos, pibe -vocifero el muchacho.

Lo único que tenía Julián eran setecientos, así que declino. Tendría que salir, ir al quiosco que estaba a la vuelta e intentar comprar ahí. Gracias a Dios, su nombre y apellido estaba anotado en la lista, por lo que podía entrar y salir todas las veces que quiera. Empezó a caminar hacia la puerta, mirando para todos lados, intentado encontrar a alguno de sus amigos para que lo acompañen, pero no encontró a nadie.

El patovica de afuera le pidió el DNI para corroborar su identidad, y lo dejo ir. La noche en Palermo era oscura, a pesar de las varias luces amarillas que pretendían encender la ciudad. Él siempre había odiado eso de las ciudades, las luces querían llenar una oscuridad primordial que no podía ser olvidada. Noches como estas, tan frías, tan solitarias, le hacían extrañar Calchín, su pueblo natal, en Córdoba. Marcho lento hacia la izquierda, para donde quedaba el quiosco.

Iba llegando a la mitad de la cuadra cuando algo entro en su vista: una mujer, y que mujeron. Una minifalda apretada hasta la mitad del muslo, una campera de lo que parece piel, corta hasta la cintura, mostrando toda la piel que podía. El pelo morocho largo y ondulado hasta la cintura, y cuando lo miro, sus le ojos succionaron el alma. Pero tenía algo en la cara que se veía raro. Cejas anchas, mentón ancho, mandíbula prominente... dos más dos son cuatro, cuatro más cuatro es ocho... ¡Era un hombre! El travesti esbozo una sonrisa amistosa, y le hizo ojitos. A Julián le hubiera gustado ser un poco más disimulado, pero se sobresaltó, se metió las manos a los bolsillos y miro rápido al piso, acelerando el paso. La risa de varón afeminado se hizo presente a su espalda, y las mejillas de Juli empezaron a arder. Doblo la esquina, y espero no volver a verlo.

Labios Compartidos - Julián ÁlvarezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora