Prólogo - La caída de la Reina

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La traición emanaba de la sangre que bañaba el suelo de tierra en aquella caverna desconocida para la humanidad, él sonreía -al igual que siempre- de medio lado, apenas una tersa curva del lado izquierdo mientras sus ojos rubíes resplandecientes la observaban marcharse.


― ¿Cuánto crees...? ¿Cuánto tardará?

― Un suspiro -espetó mirando a su compañero castaño-

― La reina al fin ha muerto.


Sólo se escuchó una pequeña risita de la agonizante y su perpetrador ante la ingenuidad del neófito, él acarició la mejilla de su compañero con dulzura y tomó su mentón con firmeza, la piel de este se resquebrajaba como granito ante una fuerte presión.


"La reina jamás muere, sólo cambia de forma" -le susurró- "Y aquél que la obliga a bajar al infierno de vacaciones recibe su recompensa a su retorno, dadle a la reina paz en su última noche del siglo, vivid para su renacimiento y dad tu cabeza en ofrenda por tu agravio... ¡o mejor! Regresadla con vuestra sangre y dominad su existencia..."


Un viejo pacto se había quebrado, su deidad fue profanada, su identidad descubierta y la primera mujer de la tierra era condenada a volver a las llamas a la que su desobediencia la enviaría una vez desterrada del Edén, igual que él, del polvo provino, igual que él, en polvo se convertirá, pero castigada a regresar una y otra vez, levantada de su tumba por hombres pecaminosos que la desean y la invocan, por el hambre de la lujuria y los torrentes de sangre que riegan los campos de batalla, por el alma débil que se deja consumir y le brinda un nuevo huésped... Pero descubierta por su perpetrador, por el traidor confeso que brinda muerte a su cuerpo, regresará con su sangre y estará bajo su dominio... Condenada, asesinada y realmente enojada profirió un grito agudo en doble tono que hizo doblar al compañero del asesino y se volvió polvo sobre su sangre que hecha melaza fue succionada por la tierra.


― ¿Tienes miedo?

― ¿Cuándo regresará?

― Tardará siglos... ¿Crees vivir para entonces?

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