Ojos cálidos. Ojos café. Mirada sencilla, suave, incluso dulce y delicada. Siempre llevaba un brillo muy particular, un brillo que solo veía en personas apasionadas. Quizás eso era lo que lo enloquecía; su pasión.
La luz de la mañana se reflejaba en ellos, dejando una leve imagen del ventanal a su izquierda. Los marcos, grandes, en aquellos orbes se veían diminutos y agregaba algo de misticismo en su mirar.
Era cálido. Cálido como el sol de madrugada, con tonos amarillentos y celestes. Cálido como las sábanas en sus piernas, el perfume de las almohadas y la sensación de hogar que toda la situación emanaba.
En él esa calidez iluminaba su rostro. Sus mejillas, su nariz, su lunar, sus rulos.
Podría estar todo el día mirando solamente su cabello. Hebras castañas y suaves al tacto de sus dedos, las cuales solo el sol de las nueve de la mañana podría hacerles justicia. Su belleza, intacta desde hace años, era ahora acompañada por diminutos hilos grisáceos y blancos. Inevitablemente agregaba particularidad e, indudablemente, claridad.
Sonrió casi como acto reflejo al ver su pelo. Pasó su mano, acariciándolo. Obtuvo un suspiro relajado como respuesta, con el que aquella mirada lo abandonó para ser reemplazada por párpados somnolientos. Era demasiado temprano para exigirles trabajo, y las caricias solo harían más difícil la tarea de mantenerse abiertos.
Dió movimientos circulares con sus dedos, enredando y desenredando rulos a medida que se movían. Daban un baile silencioso y sutil sobre su cuero cabelludo, provocando olas de calma. Tenían olor a coco y miel, probablemente por el shampoo que usaban.
A pesar de no gustarle, determinó con seguridad que no había mejor aroma para esos rulos que la miel.
Al rostro, dueño de aquellos cabellos desordenados como una natural consecuencia de haber despertado recién, solo lo podía ver a medias. Apenas llegaba a deslumbrar algo de vello facial debajo de la nariz debido a encontrarse acostado sobre él mismo. Le dio la sensación que el no verle los labios agregaba ternura a lo que miraba, si acaso eso era algo posible.
Era adictivo solo el verlo. Cada mañana, contaba con la bendición de poder detener el tiempo mientras observaba con ojo meticuloso cada detalle del rostro ajeno. Desde que despertaba hasta que decidiera ver el celular o sufriera una intervención de la alarma, el tiempo dejaba de existir. No era real. Lo único real era el hombre que tenía durmiendo frente suyo. Y era la única realidad que necesitaba.
Generalmente, no estaba consciente en estos fragmentos de momento. Su cerebro, más que adormilado y sedado, gozaba del deleite que suponía verlo a él como primera acción del día.
Sonrió, embobado. Llevaban varios años juntos y no se cansaba de esto. Del ritual doméstico de la admiración matutina, de los aromas suaves y la iluminación cuidadosa, de las sábanas delicadas y el calor del cuerpo ajeno sobre el suyo. De su pecho transformado en almohada únicamente para poder estar más cerca y verlo mejor.
Parecía preferir el descanso que se tenía ahí que en su propia almohada de pluma. Acarició nuevamente sus cabellos. Era un honor tenerlo con él.
Exhaló, con cuidado de no despertar al contrario, inevitablemente recordando. Porque a su lado todo es recordar y grabar en su memoria. Cada momento es especial y único, por más banal y mundano que parezca.
Sabía con exactitud quién buscó excusas para hablarse en un principio, aunque sea dos oraciones más de la cuenta. También recordaba quién fue el que comenzó a encontrar patrones en común más allá del fútbol. Fácilmente, podría traer a su mente el primer abrazo, la confesión y su primer beso. Sabía perfectamente quién se animó a dar el primer paso, a tocar buscando más, quien puso título a lo que estaba pasando. Quien empezó con las cenas familiares de presentación, cuál fue su primera navidad juntos.
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Cafuné [scaloni×aimar]
RomanceCafuné; "El acto de peinar a alguien suavemente con los dedos" Scaimar disfrutando todo lo que implica el momento de despertarse juntos.