UNA AUSTRIACA EN LA ERA JOSEON

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Viajando al pasado: Reina Choi

Hasta hace unos días, mi vida había sido tranquila y sin preocupaciones. Creía que todo seguiría siendo igual, pero las cosas cambiaron recientemente cuando recibí la noticia de que mi matrimonio había sido arreglado con el archiduque de Habsburgo. Estas palabras de mi madre retumban en mi mente: "Tu matrimonio ha sido concertado con el archiduque de Habsburgo." En ese momento, pensé que estaba soñando o incluso que estaba en medio de una pesadilla, pero al sentir el pinchazo en mi dedo cuando sujetaba una aguja de bordado, descarté esas posibilidades

Me llamo Lyanna Arnstein y estoy condenada a un matrimonio a mis 20 años con un desconocido completo. Soy una ingenua al pensar que mi padre me dejaría sin casarme. Ahora me encuentro atrapada en una boda patética con un perfecto desconocido. El clima está reflejando lo que llevo dentro: una fuerte lluvia moja las ventanas y el cielo está retumbando, y todo este ruido hace que mis gemidos y las maldiciones que profiero no sean oídos por nadie.

No tengo quejas sobre cómo he vivido. He disfrutado de los lujos propios de mi condición, ya que mi padre es el Duque de Arnstein, quien tiene un ducado floreciente. Por eso, todo lo bueno se nos dio a mis hermanos y a mí. Tuve una educación muy esmerada. Aunque mi madre era estricta y distante, crecí en un lugar feliz en comparación con otras familias de mi condición. Mis hermanas mayores ya se habían ido de casa y solo quedábamos tres: mi hermano, el próximo Duque de Arnstein, y mi hermana menor. Sin duda, no hay una escapatoria ante esta realidad. Solo puedo esperar que algo cambie estas circunstancias. Lo único que me queda es rezar y esperar que, al menos de esa forma, mi destino cambie.

—¡Lyanna! —gritó mi hermana menor, Aurora—. Madre está preparando el viaje para comprar las telas de tu vestido. Ante tal noticia, la miré inquieta. Todo sucedía tan rápido, solté el bordado que sujetaba.

—¿Un viaje? —pregunté con incredulidad y me puse de pie—. ¿Estás segura?

—Por supuesto que lo estoy —respondió Aurora, algo emocionada—. Escuché a madre ordenando a su empleada que alistara sus maletas. Por favor, dile a madre que me lleve también, quiero ver todo lo que compren.

En ese momento, Griselda, mi empleada, llegó con rostro serio y dijo:

—Señorita Lyanna, su madre ha pedido que aliste sus cosas y que viajen pronto. Al escuchar la orden, quería protestar y desobedecer, pero no pude articular una palabra y solo asentí con un movimiento de cabeza. En ese momento, sentí las manos de mi hermana, Aurora, que no pasaba de los 13 años, rodeándome. Me sacó de mi incredulidad con todo lo que estaba sucediendo.

—Por favor hermana, quiero ir. Dile que me llevé —escuchaba su ruego y puse mi mirada en ella y sentí que una lágrima resbalaba por mi rostro.

—¡No me quiero casar Aurora!, ¡No quiero! —estalle en un grito, soltándome del agarre y saliendo de mi habitación.

Cuando salí de la habitación, quería buscar a mi padre, que por lo general se encontraba en la biblioteca. Iba a decirle que prefería quedarme como monja en lugar de ser la esposa de un hombre que ni siquiera conocía. Así, determinada, dirigí mis pasos hacia allí. Llegué ante la puerta de la biblioteca, toqué un par de veces y no obtuve respuesta, por lo que asumí que tal vez estuviera durmiendo y, sin más, ingresé. En esta gran habitación no estaba mi padre, por lo que decidí ir a la habitación secreta que había en ese lugar, y tal vez allí pudiera encontrarlo. Sin embargo, cuando ingresé no estaba, pero sobre la mesa había unas pinturas que llamaron mi atención: eran dibujos de antiguos palacios de China, Corea y Francia. Al lado de estas pinturas había varios rollos, que claramente eran de Corea. Realmente llamaban mi atención, siempre tuve inclinación por la cultura asiática y más sobre la vida palaciega. Agarré uno de esos rollos y, entre ellos, había una pintura de una mujer que se parecía a mí. Eso me sorprendió, porque sus rasgos no eran típicos de la gente de allí.

La mujer de esta pintura se veía seria, pero sus ojos parecían tristes y sentí ganas de tocarla. Pero al hacerlo empecé a sentir que la vista se me nublaba y apenas pude distinguir el nombre Choi Seung Ahn y luego muchos colores destellaban y todo giraba y me quise sujetar del escritorio, pero en ese momento cerré los ojos y al segundo siguiente sentí que un gran dolor que me desgarraba, el cual me hizo gritar.

—Su Alteza, por favor, reúna sus fuerzas —me dijo alguien y abriendo los ojos me quedé en shock. En ese momento quería levantarme, estaba en total confusión. ¿Dónde estaba?

Pero entonces, la mujer que estaba a mi lado me habló:

—¡Por favor, Majestad!, esto pasará pronto —escuché a una mujer decir.

— ¿Dónde estoy? ¿Quién eres tú? —pregunté con confusión, y viendo que ella no respondía, y con el gran dolor que sentía, me quedé en silencio. ¿Qué había pasado? ¿Cómo llegué a esta situación? Estoy en una cama con un dolor indescriptible, y sin mucho tiempo para pensar, sentí que el dolor de nuevo me recorría y a mi mente vino aquella vez que mi hermana estaba dando a luz.

Miré rápidamente las vestimentas y eran los trajes típicos de las doncellas del palacio de la época de Joseon, ¿estaba en Joseon?, pero justo en ese momento el dolor me embargó de nuevo y aquella mujer otra vez habló:

—Usted se desmayó a causa del dolor —informó la mujer de forma rápida al ver mi rostro confundido

— ¡Puje su majestad!, ya viene el bebé —dijo otra de las doncellas que me observaba preocupada.

—¿Majestad? —repetí pensativa mientras pujaba. En eso no pasó mucho tiempo y el bebé salió de mí y lo escuché llorar, no sabía ni cómo había llegado a este momento, estaba tan confundida

Jamás imaginé tal dolor, jamás pensé estar en ese tiempo y más aún de parto y agregando a esto ser la Reina. Me encuentro sin palabras, desconcertada y con miedo, de verdad que temía aquel tiempo que era desconocido y más aún por las historias que había leído. Solo quería volver, pero ¿cómo hacerlo? ¿quién me ayudaría? Sentía los parpados pesados y la poca energía se iba yendo.

—Informen al Rey que ha nacido un heredero —dijo la mujer, siendo lo último que oí claramente.

—Yo no soy... —dije débilmente— debo regresar... —fue lo último que dije antes de perder el conocimiento.

Una Austriaca en la Era JoseonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora