Ella

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Nos conocíamos desde niños. Desde aquel día cuando debatió la respuesta que di en clases a los doce años, ella estaba equivocada, obviamente, pero estaba tan segura al momento de discutir su punto de vista que sin duda me maravillo.

— O ella es muy valiente o es definitivamente imbécil — recuerdo haberle comentado a mi amigo ese día.

— Tal vez ambas — Había respondido él.

Luego de eso la seguí observando, no me interesaba más allá de saber sus razones para ser como ella era, imprudente, impulsiva, curiosa, torpe, descuidada, impuntual. Vaya que la niña era un desastre y sus notas eran mediocres.

Cuando me tocó trabajar en pareja con ella para la clase de literatura estaba convencido de que yo haría todo el trabajo, pero no. Esa tarde, en la biblioteca mientras analizabamos la lectura indicada me di cuenta que tenía puntos de vista muy interesantes y con los cuales estaba de acuerdo. Después de eso iniciamos una leve amistad.

Al pasar los años no recuerdo haber pensado en ella como más que una niña, cómo mi amiga. Para mis veintidós años yo ya había tenido dos parejas formales, había experimentado muchas cosas en el ámbito del romance y aún así no sabía absolutamente nada, era un ignorante del amor. En cambio ella, nunca había tenido una pareja, le habían gustado algunos tipos pero nunca le correspondieron, incluso una vez se enamoró, fue humillante. Al fin que ella ni siquiera había besado y aún así ella parecía conocer el amor como si desde su nacimiento se hubiera enfrentado a él.

Una tarde la acompañé a la biblioteca como era costumbre en ella pero algo se sintió diferente, no sé que cambió pero sus ojos eran más brillantes y podría jurar que ella irradiaba. Cada vez que me miraba a los ojos me sentía en casa y cuando mencionaba mi nombre el corazón me dolía.

— Creo que estoy enfermo.

— ¿Qué? ¿Qué sientes? — su preocupación solo consiguió que la sensación en mi pecho se acentuara más.

— Creo que es taquicardia — murmuré.

— ¡Ay Dios! ¡Ay Dios! No te mueras ¿Si? — ella se estaba moviendo nerviosamente y ver eso me hizo sonreír un poco — ¡Ay Dios! Si estás mal. Mírate sonríes como un demente.

Acabo llevándome a la clínica que estaba a una cuadra. Tarde nos dimos cuenta que en realidad era una veterinaria.

Ella es tan torpe como un burro, no hay duda.

De suerte un señor en la sala de espera mencionó ser doctor y viendo la desesperación de la joven decidió darme un chequeo rápido, alegando que tal vez no era tan grave. Envió a la loca a comprar algo dulce en caso de que fuera hipoglucemia, entonces éramos los únicos dos en la sala sin contar a su perro.

— Ya sé lo que tienes — dijo en tono decidido.

— ¿Entonces si estoy enfermo? ¿Es acaso asma o algo así?

— Es amor.

— ¿Qué?

— Estás enfermo de amor.

— No diga tonterías ¿Cómo va a ser el amor una enfermedad?

— Entonces no estás enfermo.

— Dios, no entiendo su punto. Tal vez deba preguntarle al veterinario.

En ese momento ella llegó así que la conversación acabó ahí, pero mentiría si dijera que el tema estaba concluido. Esa situación me llevo a analizar mucho y a descubrir que tal vez si me empezaba a gustar de la mujer más irremediablemente desastrosa que iba a conocer jamás. Ella, que si no era valiente era simplemente tonta.

Otra tarde mientras la acompañaba a la biblioteca como ya era costumbre ella decidió romper nuestro silencio.

— Conocí a alguien.

— ¿Ah sí?

— Así es.

— ¿Te gusta?

— Eso creo.

— ¿Le gustas?

— Eso parece.

Después de eso empecé a considerar si debía confesarme antes de perderla, al final tal vez lo mío era algo pasajero, una confusión mía. Nunca había sido afectivo con nadie al contrario era reservado pero no era un insensible.

Entonces llegó el día en que un amigo en común organizo una fiesta de disfraces para celebrar su cumpleaños y yo acordé hablar con ella esa noche para aclarar lo que sentía, eso era lo que necesitaba, hablarlo para aclararme y luego seguir con mi vida, ella ni siquiera era mi tipo así que estaba seguro que al hablarlo todo se resolvería o en caso contrario sería correspondido, porque conociéndonos desde hace años era seguro que si yo lo sentía ella también.

Esa noche salí de casa y estaba realmente decidido a hablar con ella, al llegar la encontré rápidamente, y como no iba a hacerlo si irradiaba en el centro de la pista. Estaba vestida como esas mujeres en las películas de la edad media, con corset, un vestido que muestra los hombros, unas botas negras y su cabello en un semi recogido, se veía simplemente hermosa y capaz de clavarte una daga si tratabas de lastimarla, pero no estaba bailando sola.

En ese momento todo el discurso que había planeado decirle, las palabras que por largas noches de insomnio repasé, cambiaron completamente.

Y si ella se acercase a mí en ese instante mi boca y mi corazón solo podrían decirle:

"Descubrí que nunca fui tan consciente del amor que sentía por ti hasta el momento en que te vi ser amada por alguien a quien correspondías tan puramente".

Al final si estaba enamorado de quién no es tonta sino que la mujer más valiente que jamás he de conocer.

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