Welcome to Atlanta

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                                                                                                 Welcome to New York, it's been waitin' for you                                                                                                       Welcome to New York, welcome to New York


El aeropuerto parece hacerse más y más grande cada vez que lo miro. ¿No hay más gente que hace dos minutos? Lo cierto es que mi actual situación de frustración puede venirse al hecho de que nunca antes había viajado en avión. Y menos sola.

Una señora me golpea al pasar apresuradamente por mi lado. Me desestabilizo un poco antes de volver a equilibrarme y armarme de fuerzas para abrirme paso entre la muchedumbre. Miro a mi alrededor, buscando la terminal 4. Llevo perdida unos quince minutos, pero no lo admitiré jamás.

Semanas antes, mi hermano Dominick y yo habíamos alquilado un piso compartido en un edificio decente. El precio era asequible y quedaba cerca de mi nueva universidad. En otros tiempos, se hubiese considerado una ganga.

Mi hermano no había sido consciente de mi partida hasta que le hube pedido ayuda. Fue ese momento, cuando vi el brillo de sus ojos desaparecer, en el que quise cancelar mis planes para quedarme junto a él. Pero no podía echarme atrás.

Tras codazos y empujones bastante bruscos, llego a la salida bastante desaliñada. El taxi que pedí hace media hora me espera en la acera, aparcado como puede, junto a los muchos autobuses de turismo y coches de familiares.

El amable conductor se ofrece a llevar mi poco equipaje al maletero, a lo que yo asiento. Subo al coche y suelto un gran suspiro. Me suelto el largo cabello castaño y guardo mi pinza favorita en mi bolso. Se podría decir que he conseguido mi meta con éxito.

El señor debe ver mi expresión exhaustiva a través del retrovisor, porque tras divagar un poco me suelta:

–¿Eres nueva en la ciudad chiquilla?

No se molesta ni en mirarme de nuevo antes de arrancar. Pienso que ha sido una pregunta retórica a la que no voy a dar respuesta hasta que vuelve a mirarme de reojo y emite un pequeño sonidito de duda.

–¿Tanto se me nota? –suelto con una pequeña risilla nerviosa.

Mientras hacía la reserva del servicio de transporte, inserté la dirección a la que me dirigía. Por ello el conductor no me ha preguntado a dónde quería ir.

Oigo una risa desde el asiento de alante, así que le echo una mirada más reparadora al conductor. Es un señor de avanzada edad, con un gran mostacho blanco que le hace parecer un bonachón. Sus arrugadas manos se mantienen firmes en el volante mientras sortea los muchos otros coches aparcados descuidadamente en la acera. Noto tras mirarlo detenidamente un rato, que observa las calles con una enorme sonrisa que le ilumina la cara y no puedo evitar sentir un poco de esperanza. Quizás después de todo pueda ser un día como él. Sin preocupaciones ni molestias, solo una gran pasión por la vida.

La canción que está sonando en la radio llega a su fin y nada más hacerlo, empieza a sonar otra. Las primeras notas se filtran a los pocos segundos e inconscientemente me estremezco ligeramente. Cierro los ojos con fuerza e intento ignorar que no conozco esa voz demasiado bien.

Me resulta prácticamente imposible fingir mi irrelevancia contra la banda. Básicamente están en todas partes. En los altavoces del aeropuerto, los anuncios de Spotify, incluso en las tiendas de ropa.

El señor conductor empieza a tararear y es el colmo. Busco apresuradamente mis auriculares, no queriendo faltar al respeto al buen hombre diciendo que quite la melodía. Este parece darse cuenta de mis intenciones y baja el volumen cuando paramos en un semáforo en rojo. Se gira hacia mí.

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⏰ Última actualización: Feb 05, 2023 ⏰

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