El cielo claro de la mañana inunda mi habitación. Me siento en mi cama, estirando mis brazos acompañado de un gran bostezo. Dirijo la mirada al reloj. Las lagañas irrumpen mi vista. ¡siete y media! carajo. Llegaré tarde. Mi jefe me matará.
Me levanto a toda prisa de la cama. Las sabanas caen al piso, poco me interesa, causando que caiga estrepitosamente al suelo de rodillas. Comienzo a patalear, tratando de safar mi pie. Una vez logrado mi cometido, me dirijo a zancadas largas al baño cerrando la puerta tras de mi con un fuerte estruendo. Cinco minutos me toma salir de ahí. Corro al armario, me subo los pantalones, meto mis brazos y cabeza a la camisa, sostengo el único abrigo que tengo, en lo que voy a la puerta en pequeños brincos tratando de meter un pie en el endiablado tenis. Hoy todo está en mi contra.
-Llega tarde, jovencito. -asevera el señor Alonso, mi jefe, sin dirigirme la mirada. Observa con determinación la hoja de una planta más limpia que mi conciencia. El señor Alonso es un hombre ya mayor, de unos sesenta y cinco, que yo recuerde. Cabello canoso, ojos cafés profundos, tapados por el párpado ya caído por dicha edad. Ama con intensidad sus plantas, le recuerdan a su esposo ya fallecido.
-Como lo siento, señor Alon, mi alarma por alguna razón decidió hacerme una broma de mal gusto esta mañana, -rasco mi nuca con nerviosismo, tratando de aligerar el ambiente -pero le aseguro que no volverá a suceder.
-Necesito hechos no palabras. Ten, comienza a regar mis demás bebés, deben tener mucha sed -ordena, en lo que me pasa una regadera para plantas.
-A la orden, señor.
Me encargo de un pequeño jardín botánico, hay orquídeas colgantes por todas las paredes. Paseo por el área de los pinos, ortigas, capuchinas, mientras vierto la cantidad adecuada para cada una. Mi jefe me despellejaría si me paso de lo debido. Es un trabajo estable, con buen salario y horario accesible para mis clases, sin mencionar que me fascina el olor a tierra mojada. El aire de aquí se respira puro y limpio.
-Que Pacífico -inhalo y exhalo profundo. El clima de hoy es refrescante, las ramas crujen, el cielo se encuentra despejado. Los ruiseñores cantan. Todo es sencillamente perfecto.
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-He llegado, Abuelita. -cierro la puerta, tiro las llaves, y cuelgo el abrigo. Abuelita no responde, a lo mejor se encuentra dormida. Después de trabajar, cada tres días vengo a ver cómo está. Es el único familiar que me queda, después de perder a papá en un accidente automovilístico. Debido a el exceso de trabajo, se quedó dormido mientras conducía, siempre se esforzaba por darnos un mejor futuro a Abuelita y a mí. Mamá nos abandonó cuando se enteró que era Omega, ella tenía grandes expectativas para mí, supongo. Los supresores son muy difíciles de conseguir en estos días, por no decir que son realmente caros, así que creo que no necesitaba esos problemas en su vida, lo último que escuché de ella es que se casó con un Alfa dominante adinerado, las malas voces dicen que la golpea hasta desfigurarle el rostro, es celoso y controlador, y la engaña con cuanto ser viviente encuentre.
-Oh, ahí está mi pequeño melocotón -extiende sus brazos. Sonrío ante el apodo, a Abuelita siempre le ha encantado decirme así.
-¿Cómo estas Abuelita? -beso resonante su mejilla. Un abrazo de uso viene incluído. El olor y calidez de una persona mayor es tan adictivo.
-Pequeño melocotón, ¿por qué estas más delgado? No importa, ya que las llenaré en un santiamén. -sonríe, sujetando con fuerza mi mejilla -Llegas justo a tiempo, acabo de preparar un rico caldo de pollo. Te encantará.
-Mmm, no puedo esperar -suspiro. Siempre hace caldo de pollo, no importa si hace frío o calor, es su platillo favorito. Se va directo a la cocina aplaudiendo y riendo.
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No Lo Hagas
Fanfiction"¿Qué soy para ti?" preguntó Jimin, desconsolado. "Eres jodidamente mi mundo" respondió Jungkook con desdén. Escuchar esa frase de la persona que más amas debe ser el paraíso mismo, sentir tocar las estrellas con tus dedos, bailar con los mismos...